martes, 14 de febrero de 2012

MI JEFE, CAPITULO 4


4.

Siguió leyendo la columna. Había un montón de ofertas de mierda, no era de extrañar que apareciesen tantos. Nadie aceptaría un puesto que requería habilidades tan altas por una miseria. Pero claro, no todos los directores generales o ejecutivos demandaban de su asistente un acceso 24 horas/7 días a la semana. Ella tendría jornadas de nueve-a-cinco. Los fines de semana para sí misma.

Mientras el trabajo ofreciera un seguro decente y prestaciones, podía fácilmente darse el lujo de aceptar una reducción en su salario. Había sido malditamente frugal con su generoso sueldo estos últimos siete años. Había invertido en fondos mutuos y también un poco en bonos del tesoro. No con la tasa más alta de interés, pero mucho más malditamente seguros que el mercado de valores estos días. Y sin olvidar los lingotes de oro que tenía en su caja de seguridad de tamaño económico en el banco. El oro seguiría siendo útil incluso si el dólar volvía a caer hasta el fondo en el mundo, ¿verdad? Comprar barato y vender caro, ¿no es así? Había aprendido algunas cosas durante su paso por las Empresas Lanzani.

Sí. Podría permitirse aceptar un empleo en el que le pagaran menos. Un trabajo en el que incluso pudiera conocer a hombres agradables, normales. Dio un resoplido. Sí, claro. Normal, casado-pero-buscando, divorciado-pero-buscando-alrededor o soltero-con-complejo-de-mamá. Afróntalo, chica. Los hombres solteros de su edad rara vez estaban sin compromisos y rara vez eran lo que aparentaban ser. Ya había tenido suficientes de ellos durante los últimos años. Amigos o socios de negocios de Lanzani…  productores, músicos, diversos y variados repulsivos de cada imaginable tipo y nivel de ingresos. Desafortunadamente, la mayoría parecía asumir que simplemente por ser la “asistente personal” de un hombre de gran poder, sexy y rico como Michael Lanzani, significaba que andaba perdida, a la caza y disponible.

El propio Lanzani la había contratado por su excelente inteligencia y por su capacidad para pasar por alto el hecho de que fuese uno de los más elegibles y ricos solteros del mundo, y uno de los roba corazones, más guapos y sexis del planeta. Su disposición para hacer el trabajo, sin que se le cayera la baba como al resto de las asistentes que previamente había contratado y luego despedido, lo había propiciado. Su calma, su apropiada conducta sexual le hacían no temer que su asistente lo acorralara, le arrancara la ropa y le pidiera que la tomara en su cama, tal y cómo había hecho la última. Lo que esperaba de ella era una profesionalidad total, compromiso total. Y le había pagado mucho dinero por ello. Lali Espostio era probablemente la asistente y recadera mejor pagada del mundo. Y se había merecido cada maldito centavo.

Su habilidad para lidiar con exaltados hombres poderosos de cualquier tipo le venía de tener seis hermanos mayores. Seis hermanos que cariñosamente la habían torturado, burlado, incitado, contrariado, dominado y por lo demás, aprovechado de ella durante toda su tierna infancia. Por no hablar de que habían mantenido a cualquier chico guapo del que se enamoró, tan absolutamente aterrado de pedirle una cita, que había crecido sin que ni una sola vez le hubieran pedido ir a una graduación o a ver una película, hasta que su último hermano se había marchado a la universidad. Pero para aquel entonces ya había aprendido a prescindir de la atención de los hombres, y también que podía lograr mucho más sin los incómodos enredos de un ego masculino golpeando su feo rostro contra su propio obstinado y maldito orgullo.

Así, a excepción de uno o dos cortos intentos frustrados por encontrar un hombre compatible para ocasionalmente compartir un trago y pasar la noche, había permanecido totalmente feliz sin ataduras. Hasta que empezó a trabajar para uno de los más agravantes, irritantes, deliciosos y que hacían la boca agua hombres de la faz de la tierra. Y a pesar de que se consideraba inmune a los tipos de su clase — o de cualquier clase en este caso — Lali Esposito se encontró por primera vez, que pudiera recordar, deseando que un hombre la percibiera como algo más que un mueble. Había fantaseado con Lanzani en sueños clasificados X que la dejaban despierta, jadeante y con las bragas empapadas de crema, mientras luchaba por contener su ritmo cardiaco.

Pero, por lo visto, su implacable, carismático e increíblemente guapo jefe la había contratado por su carencia de cualidades atractivas. Por su incapacidad para parecer lo suficientemente femenina para distraerlo. Por su capacidad de mantener una actitud fresca, ultra-profesional y no babear sobre sus zapatos cada vez que estaba en su presencia. ¡Maldita sea! Así que ella sabiamente había aplazado su babeo a las noches, cuando se lo encontraba deambulando por sus febriles y patéticos sueños. Cada magro, suculento, delicioso milímetro de esos seis pies cuatro pulgadas de altura, endurecido por el Bowflex[1], de esa hermosa fantasía húmeda de cuerpo, que hacía sentarse y gemir a todas las féminas a cien yardas alrededor del hombre. Una mirada de esos ojos azul-láser mataban a la mayoría de las mujeres. Y ese sedoso cabello oscuro, peinado por los dedos, las hacía querer volver a peinar el bucle rebelde que inevitablemente caía de bruces sobre su frente lisa mientras trabajaba.

Y así se había quedado, soltera y disponible, por decirlo de alguna forma. Albergando un patético e irrealista enamoramiento por un hombre que la veía sólo como un robot allí plantado, esperando a que le hiciera la más mínima invitación, sin preguntas.

Oh, bueno. Todo eso terminaría muy pronto. Adiós, hombre de ensueño del demonio. Hola, cotidiana existencia normal y nueva oportunidad de vida.


Echó una mirada al cielo nublado mientras se deslizaba en la limusina que él había enviado al aeropuerto para recogerla. Los copos de nieve habían cubierto rápidamente su ligera chaqueta, haciéndola caer en la cuenta de que se había marchado de Los Ángeles sin pensar siquiera en que no todos los lugares de la tierra estaban a unos cómodos veintiún grados a mediados de febrero. Por lo menos en esta ocasión no se quedaría el tiempo suficiente para necesitar un tupido abrigo. Estaría en el avión de vuelta hacia cielos soleados en la mañana del domingo.

El conductor metió su bolsa en el maletero, se acercó a la puerta y entró, entonces bajó la separación del cristal de privacidad y dijo: “El Sr. Lanzani está ocupado. ¿Quiere parar en Dior o Gucci antes de llegar? No trajo mucho equipaje”.

Ella sonrió y sacudió la cabeza. “No me uniré a la fiesta, George. No pienso estar aquí el tiempo suficiente para necesitar ropa adicional. Pero gracias por preguntar”.



7 comentarios:

  1. Quiero mas noveeeeeeeeeeee !!! Quiero encuentro lali y peter!
    Yo tengo nove acà http://fandelalii.blogspot.com/
    Besosss
    @porLali_ITALIA

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  2. ya que lindo todo espero el proximo

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  3. Sandri!!! Quieron más nove!!! :D

    Besos

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  4. subiiiii mas
    ya quiero encuentro laliter

    @lali_peterlove
    /gonzalez_andy92

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  5. subi más. Quiero el encuentro! jajajaja quiero YA el proximo ♥

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  6. Quiero que encerio deje de trabajar para él y que peter se de cuenta que la necesite o algo, no que ella termine trabajando el resto de su vida =/
    espero mas nove!
    esta muy buena!
    un beso

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  7. me encanto pero extrano la novela de la doncella espero el proximo besos grosa

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