4.
Siguió leyendo la columna. Había un montón de ofertas de
mierda, no era de extrañar que apareciesen tantos. Nadie aceptaría un puesto
que requería habilidades tan altas por una miseria. Pero claro, no todos los
directores generales o ejecutivos demandaban de su asistente un acceso 24
horas/7 días a la semana. Ella tendría jornadas de nueve-a-cinco. Los fines de
semana para sí misma.
Mientras el trabajo ofreciera un seguro decente y
prestaciones, podía fácilmente darse el lujo de aceptar una reducción en su
salario. Había sido malditamente frugal con su generoso sueldo estos últimos
siete años. Había invertido en fondos mutuos y también un poco en bonos del
tesoro. No con la tasa más alta de interés, pero mucho más malditamente seguros
que el mercado de valores estos días. Y sin olvidar los lingotes de oro que
tenía en su caja de seguridad de tamaño económico en el banco. El oro seguiría
siendo útil incluso si el dólar volvía a caer hasta el fondo en el mundo,
¿verdad? Comprar barato y vender caro, ¿no es así? Había aprendido algunas
cosas durante su paso por las Empresas Lanzani.
Sí. Podría permitirse aceptar un empleo en el que le pagaran
menos. Un trabajo en el que incluso pudiera conocer a hombres agradables,
normales. Dio un resoplido. Sí, claro. Normal, casado-pero-buscando,
divorciado-pero-buscando-alrededor o soltero-con-complejo-de-mamá. Afróntalo, chica. Los hombres solteros
de su edad rara vez estaban sin compromisos y rara vez eran lo que aparentaban
ser. Ya había tenido suficientes de ellos durante los últimos años. Amigos o
socios de negocios de Lanzani…
productores, músicos, diversos y variados repulsivos de cada imaginable
tipo y nivel de ingresos. Desafortunadamente, la mayoría parecía asumir que
simplemente por ser la “asistente personal” de un hombre de gran poder, sexy y
rico como Michael Lanzani, significaba que andaba perdida, a la caza y
disponible.
El propio Lanzani la había contratado por su excelente
inteligencia y por su capacidad para pasar por alto el hecho de que fuese uno
de los más elegibles y ricos solteros del mundo, y uno de los roba corazones,
más guapos y sexis del planeta. Su disposición para hacer el trabajo, sin que
se le cayera la baba como al resto de las asistentes que previamente había
contratado y luego despedido, lo había propiciado. Su calma, su apropiada
conducta sexual le hacían no temer que su asistente lo acorralara, le arrancara
la ropa y le pidiera que la tomara en su cama, tal y cómo había hecho la
última. Lo que esperaba de ella era una profesionalidad total, compromiso
total. Y le había pagado mucho dinero por ello. Lali Espostio era probablemente
la asistente y recadera mejor pagada del mundo. Y se había merecido cada
maldito centavo.
Su habilidad para lidiar con exaltados hombres poderosos de
cualquier tipo le venía de tener seis hermanos mayores. Seis hermanos que cariñosamente la habían torturado,
burlado, incitado, contrariado, dominado y por lo demás, aprovechado de ella
durante toda su tierna infancia. Por no hablar de que habían mantenido a
cualquier chico guapo del que se enamoró, tan absolutamente aterrado de pedirle
una cita, que había crecido sin que ni una sola vez le hubieran pedido ir a una
graduación o a ver una película, hasta que su último hermano se había marchado
a la universidad. Pero para aquel entonces ya había aprendido a prescindir de
la atención de los hombres, y también que podía lograr mucho más sin los
incómodos enredos de un ego masculino golpeando su feo rostro contra su propio
obstinado y maldito orgullo.
Así, a excepción de uno o dos cortos intentos frustrados por
encontrar un hombre compatible para ocasionalmente compartir un trago y pasar
la noche, había permanecido totalmente feliz sin ataduras. Hasta que empezó a
trabajar para uno de los más agravantes, irritantes, deliciosos y que hacían la
boca agua hombres de la faz de la tierra. Y a pesar de que se consideraba
inmune a los tipos de su clase — o de cualquier clase en este caso — Lali
Esposito se encontró por primera vez, que pudiera recordar, deseando que un
hombre la percibiera como algo más que un mueble. Había fantaseado con Lanzani
en sueños clasificados X que la dejaban despierta, jadeante y con las bragas
empapadas de crema, mientras luchaba por contener su ritmo cardiaco.
Pero, por lo visto, su implacable, carismático e
increíblemente guapo jefe la había contratado por su carencia de cualidades
atractivas. Por su incapacidad para parecer lo suficientemente femenina para
distraerlo. Por su capacidad de mantener una actitud fresca, ultra-profesional
y no babear sobre sus zapatos cada vez que estaba en su presencia. ¡Maldita
sea! Así que ella sabiamente había aplazado su babeo a las noches, cuando se lo
encontraba deambulando por sus febriles y patéticos sueños. Cada magro,
suculento, delicioso milímetro de esos seis pies cuatro pulgadas de altura,
endurecido por el Bowflex[1], de esa hermosa fantasía
húmeda de cuerpo, que hacía sentarse y gemir a todas las féminas a cien yardas
alrededor del hombre. Una mirada de esos ojos azul-láser mataban a la mayoría
de las mujeres. Y ese sedoso cabello oscuro, peinado por los dedos, las hacía
querer volver a peinar el bucle rebelde que inevitablemente caía de bruces
sobre su frente lisa mientras trabajaba.
Y así se había quedado, soltera y disponible, por decirlo de
alguna forma. Albergando un patético e irrealista enamoramiento por un hombre
que la veía sólo como un robot allí plantado, esperando a que le hiciera la más
mínima invitación, sin preguntas.
Oh, bueno. Todo eso terminaría muy pronto. Adiós, hombre de
ensueño del demonio. Hola, cotidiana existencia normal y nueva oportunidad de
vida.
Echó una mirada al cielo nublado mientras se deslizaba en la limusina
que él había enviado al aeropuerto para recogerla. Los copos de nieve habían
cubierto rápidamente su ligera chaqueta, haciéndola caer en la cuenta de que se
había marchado de Los Ángeles sin pensar siquiera en que no todos los lugares
de la tierra estaban a unos cómodos veintiún grados a mediados de febrero. Por
lo menos en esta ocasión no se quedaría el tiempo suficiente para necesitar un
tupido abrigo. Estaría en el avión de vuelta hacia cielos soleados en la mañana
del domingo.
El conductor metió su bolsa en el maletero, se acercó a la
puerta y entró, entonces bajó la separación del cristal de privacidad y dijo:
“El Sr. Lanzani está ocupado. ¿Quiere parar en Dior o Gucci antes de llegar? No
trajo mucho equipaje”.
Ella sonrió y sacudió la cabeza. “No me uniré a la fiesta,
George. No pienso estar aquí el tiempo suficiente para necesitar ropa
adicional. Pero gracias por preguntar”.
Quiero mas noveeeeeeeeeeee !!! Quiero encuentro lali y peter!
ResponderEliminarYo tengo nove acà http://fandelalii.blogspot.com/
Besosss
@porLali_ITALIA
ya que lindo todo espero el proximo
ResponderEliminarSandri!!! Quieron más nove!!! :D
ResponderEliminarBesos
subiiiii mas
ResponderEliminarya quiero encuentro laliter
@lali_peterlove
/gonzalez_andy92
subi más. Quiero el encuentro! jajajaja quiero YA el proximo ♥
ResponderEliminarQuiero que encerio deje de trabajar para él y que peter se de cuenta que la necesite o algo, no que ella termine trabajando el resto de su vida =/
ResponderEliminarespero mas nove!
esta muy buena!
un beso
me encanto pero extrano la novela de la doncella espero el proximo besos grosa
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