CAPITULO
23
Se detuvo y contempló las olas del océano, que
parecían coronadas de diamantes, inhalando una profunda bocanada del fragante
aire de mar. El día era templado, las playas arenosas estaban bien lavadas por
la lluvia de la noche anterior. Los pájaros ya habían salido de su refugio
después de la tormenta. Un grupo de gaviotas piloteaban un bote pesquero hacia
la costa, volando en picado para arrebatar un ocasional bocado, los ostreros se
abalanzaban sobre los bancos de lodo en un relámpago de blanco y negro,
mientras los archibebes y los correlimos corrían a toda prisa para explorar la
pizarra.
Río arriba, donde yacía una gruesa rama arrancada por el
vendaval, una garza caminaba erguida, abriéndose camino como un hombre
zanquilargo antes de detenerse y quedarse parada con aire meditabundo, las alas
ahuecadas y la cabeza oculta entre sus plumas.
Un resonante maullido agitó a Lali haciéndola
reanudar su caminata a lo largo del muro de piedra. Saltó al llegar al final,
siguiendo los maullidos hasta encontrar lo que había estado buscando.
Sassy la miró con sus ojos poco
armoniosos, saludándola con un ronroneo. Estaba echada de costado, con cuatro
gatitos que se retorcían mamando ávidamente.
—Ay,
Dios mío —Lali se arrodilló y cogió en la palma un gatito negro con uno de los
ojos rodeado por un círculo blanco—. Eres precioso —dijo suavemente,
acariciando al minino entre las orejas cubiertas de pelo suave y tibio. Era tan
diminuto que sin duda había nacido hacía sólo una o dos semanas.
El gatito le clavó las uñas en la palma,
impaciente con Lali por interrumpir su comida. Con una suave risa, la joven lo
devolvió a la panza de Sassy, donde empezó a empujarse con sus hermanos y
hermana.
—¿Quién
hubiera creído que tú tenías instinto maternal? —murmuró Lali, haciendo
cosquillas a su gata bajo la barbilla—. Dime, ¿de dónde sacaste
estos gatitos? Sassy no había estado preñada, así que las crías no eran suyas.
Pero había estado dando de mamar cuando Lali la encontró, dos meses atrás.
Poniéndose de pie, la joven echó un vistazo alrededor buscando
a la mamá gata, pero con un mal presentimiento en su interior. Su sospecha se
vio confirmada un momento más tarde cuando encontró junto a una roca el cuerpo
sin vida del felino, con el cuello roto ¿Quién o qué la había matado? Era el
segundo animal muerto que encontraba en una semana.
Una lágrima rodó por su mejilla. Poniéndose en cuclillas junto
a la gata muerta, vio el hoyito debajo de la roca donde probablemente había
dado a luz a sus gatitos y los había refugiado. Lo más seguro era que los
pobres hubiesen tratado de mamar del cuerpo sin vida de la madre. Lali sabía
que si Sassy no hubiera llegado a tiempo, no sólo estaría enterrando a la madre
muerta.
Cavó en el suelo blando. Cuando el agujero fue lo
suficientemente profundo, depositó suavemente a la gata, rezando una silenciosa
plegaria antes de tapar el cuerpo con tierra.
Se quedó de pie mirando fijamente la tierra recién removida. Unas
manchas de luz se filtraban a través del dosel de hojas sobre su cabeza e iban
a dar sobre la tumba. Colocó varias pesadas piedras encima para mantener a raya
a los animales carroñeros.
Un lastimero maullido le hizo lanzar
una ojeada por encima del hombro. Sassy estaba de pie, tratando de acorralar a
los inquietos gatitos ahora que ya se habían alimentado. La joven contó tres. Faltaba el negro.
Alzó la cabeza al oír un asustado maullido y escudriñó los
árboles hasta que vio al gatito sobre la grieta de una rama, petrificado de
miedo. Lo acechaba un gran halcón amenazante que debía de haber bajado en
picado y arrebatado a los gatitos. Tanto el halcón como una caída desde aquella
precaria ubicación matarían al diminuto animal.
—Quédate
ahí, amor mío —canturreó Lali suavemente, manteniendo la vista fija en el
gatito mientras se acercaba con sumo cuidado a un punto debajo del árbol,
temerosa de que un movimiento repentino pudiese sobresaltar a la asustada
criatura.
Durante su infancia había trepado muchos árboles,
escondiéndose entre las frondosas ramas, divertida mientras su hermano la
buscaba por todas partes. Aunque su cuerpo ya no era tan enjuto y fuerte como
antes, se las arregló para escalar el tronco con destreza antes de asirse de la
rama más cercana, haciendo que el halcón alzara vuelo y poniendo nervioso al
gatito que retrocedió hacia el ángulo que formaban la rama y el tronco del
árbol.
Lali lanzó una ojeada hacia abajo.
El suelo estaba más lejos de lo que había esperado. Si caía contra las rocas
que se alzaban cerca del árbol, podía fácilmente romperse una pierna. Desechó
ese pensamiento y se instaló más firmemente sobre la rama. No era tan liviana
como en otros tiempos y la rama debajo de ella no era tan firme como le hubiese
gustado.
El gatito negro la observaba desde su
rama a algunos metros de distancia y varias ramitas se proyectaban
desperdigadas, interponiéndose
entre ellos.
Los separaba una distancia mayor de
lo que Lali hubiera deseado, pero no había manera de acercarse.
Apoyando una mano alrededor de la
rama, se agachó
hacia delante y aunque se estiró cuanto pudo sus dedos no lograron llegar al
gatito. El minino agitó una pata hacia ella, maullando cada vez con más
insistencia.
—Vamos,
cariño —intentó persuadirlo, llamándole suavemente, al tiempo que se estiraba
unos centímetros y le rozaba el pelo—. No voy a hacerte daño.
Tembloroso, el minino se escabulló hacia el borde mismo de
la rama, sus jóvenes patas aún inestables. Lali observó horrorizada mientras el
pequeño felino se tambaleaba y luego empezaba a dar volteretas en el aire.
—¡No!
—Lali se abalanzó en un desesperado intento por atrapar al gatito y de repente la
rama debajo de ella chasqueó.
* * *
Peter recorrió con la mirada los
sombríos bosques en los que había visto entrar a la muchacha y lanzó una
palabrota. Maldita sea, había vuelto a perderla, pese a haberse vestido a la
velocidad de la luz y prácticamente saltado escaleras abajo, bajando los
peldaños de dos en dos, olvidándose del dolor en el tobillo.
No estaba seguro del porqué de sus ansias de verla.
Quizás simplemente quería descubrir si la sensación de la noche anterior había
sido algo más que el fuerte deseo sexual que cualquier mujer podía satisfacer.
Sabía que debía mantenerse lejos de esta mujer, pero nunca había conocida a
otra con semejante fuego en su interior. Él necesitaba ese fuego. Necesitaba
que ella le ayudara a librarse de su frialdad.
CAPITULO
24
Se adentró en el bosque,
deteniéndose al oír un débil canturreo. Aguzó el oído, frunciendo el ceño.
¿Ella estaría con un enamorado? ¿Los sorprendería acaso en una situación
delicada?
Caminó airadamente hacia el sonido, apartando a codazos un arbusto
muy crecido, hasta que algo le hizo detenerse abruptamente. La gata de aspecto
sarnoso que había visto esa mañana empujaba suavemente con el hocico a una
camada de gatitos, tratando de hacerlos comportarse.
Desde algún lugar encima de la
cabeza de Peter, llegó la voz de Mary. Entrecerrando los ojos miró hacia arriba
y entonces vislumbró un piececito calzado con botas antes de que su mirada
continuara subiendo para encontrarse con una bien torneada pierna.
Acababa de dar un paso para situarse
directamente debajo del árbol
y tener una visión mejor, cuando la oyó lanzar un grito de
alarma y vio una diminuta bola de pelo negro que caía en picado hacia él.
Extendió los brazos y cogió en el hueco de sus manos a la criatura que se
retorcía.
Podía sentir el corazón del diminuto animal latiendo
enloquecidamente. Los ojos de color chocolate, demasiado grandes para su
carita, miraban a Peter sin pestañear. Con aire ausente le hizo una caricia en
la cabeza, entre las diminutas orejas al tiempo que lo devolvía al cálido
círculo de sus hermanos. Ni bien se enderezó oyó el crujido de una rama seguido
de un alarido mientras Mary caía del cielo. Aterrizó encima de él,
derribándole. El golpe que se dio en el costado contra una afilada roca le sacó
todo el aire de los pulmones.
Al abrir los ojos Lali vio todo
negro. Le tomó
un momento darse cuenta de que su propio cabello le cubría la cara, ocultándola
en un oscuro capullo.
Le tomó considerablemente menos tiempo darse cuenta de que
estaba ilesa y de que no estaba tendida sobre la hierba, sino sobre un hombre
(un hombre muy grande y muy sólido). La sensación de hormigueo en la nuca le
reveló exactamente sobre quién había caído.
Tragando saliva apartó la cortina de cabello y
se encontró cara a cara con su hostigado tutor, cuyos ojos aguamarina estaban
teñidos de diversión y enojo a partes iguales. La sensación de ese cuerpo
tendido tan cerca del suyo despertó en Lali peligrosos recuerdos de la última
vez que lo había tenido a una distancia similar.
Y de lo que había ocurrido aquella vez.
Abrió la boca, pero él la hizo callar apoyándole un dedo
contra los labios.
—Te
agradecería que no hablaras, porque sé que si lo haces sólo oiré alguna
reprimenda por lo que hice para hacerte caer del árbol, o porque fue mi culpa
que hayas tenido que arrojarme una piedra por la cabeza o, lo más atroz de
todo, que hayas amenazado mi masculinidad.
—Eso lo tenía usted bien merecido.
Él
le dirigió una sonrisa retorcida, apartándole luego un mechón de la cara y
acomodándoselo detrás de la oreja, donde sus dedos se demoraron, dibujando
ligeramente la curva externa antes de descender lentamente rozando la
mandíbula.
Lali rogaba que él no advirtiese su
temblor, aunque al mismo tiempo le miraba la boca preguntándose si él
intentaría besarla otra vez.
—Usted
sí que es una carga pesada, señorita Purdy. ¿Puedo atreverme a abrigar
esperanzas de sobrevivir a mi estancia aquí?
—Quizás
si dejara de seguirme, no tendría usted que temer por su vida.
—Pero
entonces, ¿quién te habría salvado de caer del árbol, mi querida muchacha?
¡Mecachis!
Tenía razón.
—Pensé
que estabas en una cita con un enamorado —dijo él.
—¿Con
un enamorado? —se mofó Lali—. Usted debe estar delirando.
—¿Por
qué? —Desplegó las puntas del cabello de ella entre sus dedos—. Eres una mujer atractiva.
—La miró atentamente—. ¿Es verdad que todavía no has tenido ningún enamorado?
¿Eres realmente tan pura como pareces?
Su voz ronca y el calor a punto de
estallar en sus ojos la hipnotizaban.
—Eso
no es asunto suyo, señor Lanzani.
—Peter
—dijo él, haciéndole suavemente cosquillas en el cuello con el cabello de
ella—. Estamos demasiado cerca para hablar con tanta formalidad.
El recordatorio de que estaba encima
de él, cadera
contra cadera, pecho contra pecho, sacudió a Lali. Intentó dificultosamente
alejarse, él le enlazó la cintura con un brazo, sin violencia pero sin
permitirle escapar.
—Creo
que tenemos un asunto pendiente —dijo él.
Lali luchaba para
librarse de su abrazo.
—No
tenemos pendiente asunto alguno, bestia torpe.
—Lamento
no estar de acuerdo. Y si dejaras de retorcerte, podrías darte cuenta de que
deseas besarme tanto como yo a ti.
Lo deseaba. Ay, ¡y cómo!
—Se
ha golpeado usted la cabeza demasiadas veces.
—Si
estoy confundido te lo debo a ti, adorable duendecillo de los árboles. —Levantó
la cabeza para susurrarle al oído—. Tus pezones están duros, cariño. Los siento
contra mi pecho. Pero —murmuró, rozándole la mejilla con el aliento—, en
realidad preferiría sentirlos dentro de mi boca.
Lali se mordió el labio inferior para
contener un jadeo y cerró los ojos, tratando de ahuyentar las imágenes evocadas
por sus palabras.
—Resistes
de un modo mucho más estoico de lo que yo podría jamás —le dijo él.
Se esforzó por permanecer
completamente inmóvil cuando las miradas se cruzaron.
—Por
favor, suélteme.
—Es
usted una mujer de corazón duro, señorita Purdy. Ya he acudido a rescatarla dos
veces. Antaño un hombre recibía algún recuerdo como muestra de gratitud por
hacer algo así.
—Recibirá
usted algo mucho más memorable si no me suelta en este instante.
Él rió entre dientes y le besó la nariz.
—Voy
a creerte, dado que sé lo ansiosa que estás por darme rápido mi recompensa
final. Abrió los brazos.
—Eres
libre. Por el momento —agregó mordazmente.
Lali se apresuró a alejarse de él y se
puso de pie. Cuanto más tiempo pasaba tendida sobre él, más clara era la
sensación de que le habían marcado el cuerpo con un hierro candente. Aún la
sentía en toda la piel.
Con
una sonrisa indolente, él
permaneció en el suelo, mirándola mientras entrelazaba las manos por debajo de
la cabeza y cruzaba los tobillos.
—¿Haces a menudo esto de trepar árboles para salvar gatitos?
Sacudiéndose el polvo,Lali lo miró con el ceño fruncido:
—¿No
debería usted estar cuidando de su tobillo herido, señor farsante?
—El
engaño era necesario. Necesitaba provocar algo de compasión en ti.
Na! mori con el cap! ajjajaa Peter un calenton enamorado! jajajaja pobre gatito! maaas nooove! BESOS!
ResponderEliminarna me mori con todo pense que se la iva a chapar subi mas porfavor sos grosa espero qeu sigas asi me encantan las novleas
ResponderEliminarme mori con Peter, JAJAJAJAJAJAJA. Me encanta la novee!
ResponderEliminarMe encanto! pobre la gata! ¿q le habra pasado?
ResponderEliminaresta genial la nove espero mas!
un beso
Me encanta!
ResponderEliminar@vagomi
Muy bueno el ca! me encanto :D menos mal qe estaba Peter para poder salvarla Lali "Mary" ajajaja :P
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