martes, 14 de febrero de 2012

CONQUISTAR A LA DONCELLA

Chicas los numeritos de los caps los puse mal, asi que ahora les dejo dos capitulos que son los siguientes 23 y 24.



CAPITULO 23

Se detuvo y contempló las olas del océano, que parecían coronadas de diamantes, inhalando una profunda bocanada del fragante aire de mar. El día era templado, las playas arenosas estaban bien lavadas por la lluvia de la noche anterior. Los pájaros ya habían salido de su refugio después de la tormenta. Un grupo de gaviotas piloteaban un bote pesquero hacia la costa, volando en picado para arrebatar un ocasional bocado, los ostreros se abalanzaban sobre los bancos de lodo en un relámpago de blanco y negro, mientras los archibebes y los correlimos corrían a toda prisa para explorar la pizarra.

Río arriba, donde yacía una gruesa rama arrancada por el vendaval, una garza caminaba erguida, abriéndose camino como un hombre zanquilargo antes de detenerse y quedarse parada con aire meditabundo, las alas ahuecadas y la cabeza oculta entre sus plumas.

Un resonante maullido agitó a Lali haciéndola reanudar su caminata a lo largo del muro de piedra. Saltó al llegar al final, siguiendo los maullidos hasta encontrar lo que había estado buscando.

Sassy la miró con sus ojos poco armoniosos, saludándola con un ronroneo. Estaba echada de costado, con cuatro gatitos que se retorcían mamando ávidamente.

—Ay, Dios mío —Lali se arrodilló y cogió en la palma un gatito negro con uno de los ojos rodeado por un círculo blanco—. Eres precioso —dijo suavemente, acariciando al minino entre las orejas cubiertas de pelo suave y tibio. Era tan diminuto que sin duda había nacido hacía sólo una o dos semanas.

El gatito le clavó las uñas en la palma, impaciente con Lali por interrumpir su comida. Con una suave risa, la joven lo devolvió a la panza de Sassy, donde empezó a empujarse con sus hermanos y hermana.

—¿Quién hubiera creído que tú tenías instinto maternal? —murmuró Lali, haciendo cosquillas a su gata bajo la barbilla—. Dime, ¿de dónde sacaste estos gatitos? Sassy no había estado preñada, así que las crías no eran suyas. Pero había estado dando de mamar cuando Lali la encontró, dos meses atrás.

Poniéndose de pie, la joven echó un vistazo alrededor buscando a la mamá gata, pero con un mal presentimiento en su interior. Su sospecha se vio confirmada un momento más tarde cuando encontró junto a una roca el cuerpo sin vida del felino, con el cuello roto ¿Quién o qué la había matado? Era el segundo animal muerto que encontraba en una semana.

Una lágrima rodó por su mejilla. Poniéndose en cuclillas junto a la gata muerta, vio el hoyito debajo de la roca donde probablemente había dado a luz a sus gatitos y los había refugiado. Lo más seguro era que los pobres hubiesen tratado de mamar del cuerpo sin vida de la madre. Lali sabía que si Sassy no hubiera llegado a tiempo, no sólo estaría enterrando a la madre muerta.

Cavó en el suelo blando. Cuando el agujero fue lo suficientemente profundo, depositó suavemente a la gata, rezando una silenciosa plegaria antes de tapar el cuerpo con tierra.

Se quedó de pie mirando fijamente la tierra recién removida. Unas manchas de luz se filtraban a través del dosel de hojas sobre su cabeza e iban a dar sobre la tumba. Colocó varias pesadas piedras encima para mantener a raya a los animales carroñeros.

Un lastimero maullido le hizo lanzar una ojeada por encima del hombro. Sassy estaba de pie, tratando de acorralar a los inquietos gatitos ahora que ya se habían alimentado. La joven contó tres. Faltaba el negro.

Alzó la cabeza al oír un asustado maullido y escudriñó los árboles hasta que vio al gatito sobre la grieta de una rama, petrificado de miedo. Lo acechaba un gran halcón amenazante que debía de haber bajado en picado y arrebatado a los gatitos. Tanto el halcón como una caída desde aquella precaria ubicación matarían al diminuto animal.

—Quédate ahí, amor mío —canturreó Lali suavemente, manteniendo la vista fija en el gatito mientras se acercaba con sumo cuidado a un punto debajo del árbol, temerosa de que un movimiento repentino pudiese sobresaltar a la asustada criatura.

Durante su infancia había trepado muchos árboles, escondiéndose entre las frondosas ramas, divertida mientras su hermano la buscaba por todas partes. Aunque su cuerpo ya no era tan enjuto y fuerte como antes, se las arregló para escalar el tronco con destreza antes de asirse de la rama más cercana, haciendo que el halcón alzara vuelo y poniendo nervioso al gatito que retrocedió hacia el ángulo que formaban la rama y el tronco del árbol.

Lali lanzó una ojeada hacia abajo. El suelo estaba más lejos de lo que había esperado. Si caía contra las rocas que se alzaban cerca del árbol, podía fácilmente romperse una pierna. Desechó ese pensamiento y se instaló más firmemente sobre la rama. No era tan liviana como en otros tiempos y la rama debajo de ella no era tan firme como le hubiese gustado.

El gatito negro la observaba desde su rama a algunos metros de distancia y varias ramitas se proyectaban desperdigadas, interponiéndose entre ellos.

Los separaba una distancia mayor de lo que Lali hubiera deseado, pero no había manera de acercarse.

Apoyando una mano alrededor de la rama, se agachó hacia delante y aunque se estiró cuanto pudo sus dedos no lograron llegar al gatito. El minino agitó una pata hacia ella, maullando cada vez con más insistencia.

—Vamos, cariño —intentó persuadirlo, llamándole suavemente, al tiempo que se estiraba unos centímetros y le rozaba el pelo—. No voy a hacerte daño.

Tembloroso, el minino se escabulló hacia el borde mismo de la rama, sus jóvenes patas aún inestables. Lali observó horrorizada mientras el pequeño felino se tambaleaba y luego empezaba a dar volteretas en el aire.

—¡No! —Lali se abalanzó en un desesperado intento por atrapar al gatito y de repente la rama debajo de ella chasqueó.



* * *



Peter recorrió con la mirada los sombríos bosques en los que había visto entrar a la muchacha y lanzó una palabrota. Maldita sea, había vuelto a perderla, pese a haberse vestido a la velocidad de la luz y prácticamente saltado escaleras abajo, bajando los peldaños de dos en dos, olvidándose del dolor en el tobillo.

No estaba seguro del porqué de sus ansias de verla. Quizás simplemente quería descubrir si la sensación de la noche anterior había sido algo más que el fuerte deseo sexual que cualquier mujer podía satisfacer. Sabía que debía mantenerse lejos de esta mujer, pero nunca había conocida a otra con semejante fuego en su interior. Él necesitaba ese fuego. Necesitaba que ella le ayudara a librarse de su frialdad.

 

CAPITULO 24
Se adentró en el bosque, deteniéndose al oír un débil canturreo. Aguzó el oído, frunciendo el ceño. ¿Ella estaría con un enamorado? ¿Los sorprendería acaso en una situación delicada?
Caminó airadamente hacia el sonido, apartando a codazos un arbusto muy crecido, hasta que algo le hizo detenerse abruptamente. La gata de aspecto sarnoso que había visto esa mañana empujaba suavemente con el hocico a una camada de gatitos, tratando de hacerlos comportarse.
Desde algún lugar encima de la cabeza de Peter, llegó la voz de Mary. Entrecerrando los ojos miró hacia arriba y entonces vislumbró un piececito calzado con botas antes de que su mirada continuara subiendo para encontrarse con una bien torneada pierna.
Acababa de dar un paso para situarse directamente debajo del árbol y tener una visión mejor, cuando la oyó lanzar un grito de alarma y vio una diminuta bola de pelo negro que caía en picado hacia él. Extendió los brazos y cogió en el hueco de sus manos a la criatura que se retorcía.
Podía sentir el corazón del diminuto animal latiendo enloquecidamente. Los ojos de color chocolate, demasiado grandes para su carita, miraban a Peter sin pestañear. Con aire ausente le hizo una caricia en la cabeza, entre las diminutas orejas al tiempo que lo devolvía al cálido círculo de sus hermanos. Ni bien se enderezó oyó el crujido de una rama seguido de un alarido mientras Mary caía del cielo. Aterrizó encima de él, derribándole. El golpe que se dio en el costado contra una afilada roca le sacó todo el aire de los pulmones.
Al abrir los ojos Lali vio todo negro. Le tomó un momento darse cuenta de que su propio cabello le cubría la cara, ocultándola en un oscuro capullo.
Le tomó considerablemente menos tiempo darse cuenta de que estaba ilesa y de que no estaba tendida sobre la hierba, sino sobre un hombre (un hombre muy grande y muy sólido). La sensación de hormigueo en la nuca le reveló exactamente sobre quién había caído.
Tragando saliva apartó la cortina de cabello y se encontró cara a cara con su hostigado tutor, cuyos ojos aguamarina estaban teñidos de diversión y enojo a partes iguales. La sensación de ese cuerpo tendido tan cerca del suyo despertó en Lali peligrosos recuerdos de la última vez que lo había tenido a una distancia similar.
Y de lo que había ocurrido aquella vez.
Abrió la boca, pero él la hizo callar apoyándole un dedo contra los labios.
—Te agradecería que no hablaras, porque sé que si lo haces sólo oiré alguna reprimenda por lo que hice para hacerte caer del árbol, o porque fue mi culpa que hayas tenido que arrojarme una piedra por la cabeza o, lo más atroz de todo, que hayas amenazado mi masculinidad.
—Eso lo tenía usted bien merecido.
Él le dirigió una sonrisa retorcida, apartándole luego un mechón de la cara y acomodándoselo detrás de la oreja, donde sus dedos se demoraron, dibujando ligeramente la curva externa antes de descender lentamente rozando la mandíbula.
Lali rogaba que él no advirtiese su temblor, aunque al mismo tiempo le miraba la boca preguntándose si él intentaría besarla otra vez.
—Usted sí que es una carga pesada, señorita Purdy. ¿Puedo atreverme a abrigar esperanzas de sobrevivir a mi estancia aquí?
—Quizás si dejara de seguirme, no tendría usted que temer por su vida.
—Pero entonces, ¿quién te habría salvado de caer del árbol, mi querida muchacha?
¡Mecachis! Tenía razón.
—Pensé que estabas en una cita con un enamorado —dijo él.
—¿Con un enamorado? —se mofó Lali—. Usted debe estar delirando.
—¿Por qué? —Desplegó las puntas del cabello de ella entre sus dedos—. Eres una mujer atractiva. —La miró atentamente—. ¿Es verdad que todavía no has tenido ningún enamorado? ¿Eres realmente tan pura como pareces?
Su voz ronca y el calor a punto de estallar en sus ojos la hipnotizaban.
—Eso no es asunto suyo, señor Lanzani.
—Peter —dijo él, haciéndole suavemente cosquillas en el cuello con el cabello de ella—. Estamos demasiado cerca para hablar con tanta formalidad.
El recordatorio de que estaba encima de él, cadera contra cadera, pecho contra pecho, sacudió a Lali. Intentó dificultosamente alejarse, él le enlazó la cintura con un brazo, sin violencia pero sin permitirle escapar.
—Creo que tenemos un asunto pendiente —dijo él.
Lali luchaba para librarse de su abrazo.
—No tenemos pendiente asunto alguno, bestia torpe.
—Lamento no estar de acuerdo. Y si dejaras de retorcerte, podrías darte cuenta de que deseas besarme tanto como yo a ti.
Lo deseaba. Ay, ¡y cómo!
—Se ha golpeado usted la cabeza demasiadas veces.
—Si estoy confundido te lo debo a ti, adorable duendecillo de los árboles. —Levantó la cabeza para susurrarle al oído—. Tus pezones están duros, cariño. Los siento contra mi pecho. Pero —murmuró, rozándole la mejilla con el aliento—, en realidad preferiría sentirlos dentro de mi boca.
Lali se mordió el labio inferior para contener un jadeo y cerró los ojos, tratando de ahuyentar las imágenes evocadas por sus palabras.
—Resistes de un modo mucho más estoico de lo que yo podría jamás —le dijo él.
Se esforzó por permanecer completamente inmóvil cuando las miradas se cruzaron.
—Por favor, suélteme.
—Es usted una mujer de corazón duro, señorita Purdy. Ya he acudido a rescatarla dos veces. Antaño un hombre recibía algún recuerdo como muestra de gratitud por hacer algo así.
—Recibirá usted algo mucho más memorable si no me suelta en este instante.
Él rió entre dientes y le besó la nariz.
—Voy a creerte, dado que sé lo ansiosa que estás por darme rápido mi recompensa final. Abrió los brazos.
—Eres libre. Por el momento —agregó mordazmente.
Lali se apresuró a alejarse de él y se puso de pie. Cuanto más tiempo pasaba tendida sobre él, más clara era la sensación de que le habían marcado el cuerpo con un hierro candente. Aún la sentía en toda la piel.
Con una sonrisa indolente, él permaneció en el suelo, mirándola mientras entrelazaba las manos por debajo de la cabeza y cruzaba los tobillos.
—¿Haces a menudo esto de trepar árboles para salvar gatitos?
Sacudiéndose el polvo,Lali lo miró con el ceño fruncido:
—¿No debería usted estar cuidando de su tobillo herido, señor farsante?
—El engaño era necesario. Necesitaba provocar algo de compasión en ti.


6 comentarios:

  1. Na! mori con el cap! ajjajaa Peter un calenton enamorado! jajajaja pobre gatito! maaas nooove! BESOS!

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  2. na me mori con todo pense que se la iva a chapar subi mas porfavor sos grosa espero qeu sigas asi me encantan las novleas

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  3. me mori con Peter, JAJAJAJAJAJAJA. Me encanta la novee!

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  4. Me encanto! pobre la gata! ¿q le habra pasado?
    esta genial la nove espero mas!
    un beso

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  5. Muy bueno el ca! me encanto :D menos mal qe estaba Peter para poder salvarla Lali "Mary" ajajaja :P

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