martes, 29 de mayo de 2012

Ocultando la verdad


Los intermitentes rayos del sol, que arrancaban destellos azules al agitado mar verdoso, y la brisa salada, tan densa que se podía saborear, dieron la bienvenida a Mariana a la costa del Pacífico. Se le puso la piel de gallina mientras se estiraba para intentar captar una vislumbre del espumoso océano azul.

El chillido de las gaviotas surcaba el aire mientras peter conducía el Corvette por el camino de entrada a una casa gris de difícil descripción con las contraventanas blancas. Un anciano con una camiseta sin mangas, unos pantalones cortos de poliéster gris y un par de chanclas baratas permanecía de pie en el porche.

Tan pronto como el coche se paró, Mariana alcanzó la manilla y salió. No esperó a que peter la ayudara, aunque de todas formas no creía que fuese a hacerlo. Tras una hora y media sentada en el coche, el papel de «viuda alegre» se había vuelto tan forzado que llegó a pensar que después de todo iba a marearse.

Tiró del dobladillo del vestido rosa hacia abajo y cogió el neceser y los zapatos. Las ballenas del corsé le presionaron las costillas cuando se inclinó para ponerse las sandalias rosas.

—Por Dios, hijo —gruñó el hombre del porche con voz grave—. ¿Otra bailarina?

peter frunció el ceño mientras guiaba a Mariana a la puerta principal.

—Ernie, me gustaría presentarte a la señorita G Mariana esposito. lali, éste es mi abuelo, Ernest Lanzani.

—¿Cómo está usted, señor? — Mariana le ofreció la mano y observó la cara arrugada increíblemente parecida a la de Burgess Meredith.

—Una sureña... hum. —Se dio la vuelta y entró en la casa.

peter mantuvo la puerta de tela metálica abierta para que Mariana entrara. La casa estaba amueblada en tonos azules, verdes brillantes y marrones claros, de tal manera, que uno tenía la impresión de que el paisaje exterior, visible a través de la gran ventana panorámica, formaba parte de la sala de estar. Todo parecía haber sido escogido para hacer juego con el océano y la playa arenosa, todo menos la orejera con tapicería Naugahy de de color plata y los dos palos de hockey que formaban una X sobre la parte superior de la estantería repleta de trofeos.

peter se quitó las gafas de sol y las tiró sobre la mesita de café de madera y cristal.

—Hay una habitación de invitados en ese pasillo, es la última puerta a la izquierda. El cuarto de baño está a la derecha —dijo, pasando por detrás de Mariana para dirigirse a la cocina. Agarró una botella de cerveza de la nevera y la abrió. Se llevó la botella a los labios, recostando los hombros contra la puerta cerrada de la nevera. Esta vez había metido la pata a base de bien. No debería haber ayudado a Mariana y sabía que había sido un error llevarla con él. No había querido hacerlo, pero entonces lo había mirado con aquellos ojos, tan vulnerable y asustada que habría sido incapaz de dejarla tirada en el arcén. Esperaba —como que había infierno— que Vico no lo averiguase jamás.

Se alejó de la nevera y regresó a la sala de estar. Ernie se había sentado en su orejero favorito con la atención puesta en Mariana. Ella estaba de pie al lado de la chimenea con el pelo revuelto por el viento y el pequeño vestido rosa totalmente arrugado. Parecía muy cansada, pero por la mirada de Ernie, éste la encontraba más tentadora que un buffet libre.

—¿Ocurre algo, lali? —preguntó peter, llevándose la cerveza a los labios—. ¿Por qué no has ido a cambiarte?

—Existe un pequeño problema —dijo con su acento arrastrado al tiempo que lo miraba—. No tengo nada que ponerme.

Él la apuntó con la botella.

—¿Qué hay en esa maletita?

—Cosméticos.

—¿Sólo eso?

—No. —Lanzó una mirada a Ernie—. Tengo alguna otra cosa y la cartera.

—¿Y dónde está tu ropa?

—En cuatro maletas en la parte de atrás del Rolls Royce de Vico.

Así que, a fin de cuentas, él tendría que alimentarla, alojarla... y vestirla.

—Ven —dijo, luego colocó la cerveza en la mesita de café y la guió por el pasillo que llevaba al dormitorio. Buscó en el armario y cogió una vieja camiseta negra y un par de pantalones cortos con la cinturilla ajustable de color verde—. Ten —dijo, lanzándolos sobre el edredón azul que cubría la cama antes de volver a la puerta.

—¿peter?

Se detuvo al oír su nombre en sus labios, pero no se dio la vuelta. No quería ver la mirada asustada de esos ojos verdes.

—¿Qué?—No puedo quitarme este vestido yo sola. Necesito tu ayuda.

Se volvió y la encontró dentro del charco dorado que proyectaba la luz del sol que entraba por la ventana.

—Algunos botones quedan demasiado arriba —señaló con torpeza.

No sólo quería que la vistiera, encima quería que la desnudara.

—Son muy escurridizos —explicó.

—Date la vuelta —ordenó él con voz ruda mientras daba un paso hacia ella.

Sin rechistar, ella le dio la espalda y miró hacia el espejo que había encima del tocador. Entre los suaves omóplatos quedaban los cuatro botones diminutos que cerraban la parte superior del vestido. Se retiró el pelo a un lado, dejando a la vista los pequeños rizos del nacimiento del pelo. Todo en ella era suave: la piel, el pelo, ese acento sureño.

—¿Cómo te metiste en esta cosa?

—Con ayuda. —Lo miró a través del espejo.

peter no podía recordar otro momento en que ayudara a una mujer a quitarse la ropa sin que planeara acostarse con ella después, pero no tenía intención de tocar a la fugitiva novia de Vicomás de lo necesario. Levantó las manos y tiró con fuerza hasta que uno de los pequeños botones se salió del resbaladizo ojal.

—No puedo imaginar lo que estarán pensando todos ahora mismo. mery trató de advertirme de que no me casara con Vicol. Pensaba que podría hacerlo, pero al final no fui capaz.

—¿No crees que deberías haber llegado antes a esa conclusión? —le preguntó él, desplazando los dedos más abajo.

—Lo hice. Traté de decirle a Vico que tenía dudas. Traté de hablar con él sobre eso ayer por la noche, pero no quiso escucharme. Luego vi la cubertería. —Negó con la cabeza y un suave tirabuzón le cayó sobre la espalda rozándole la piel suave—. Escogí para la lista de bodas una cubertería Francis I, y sus amigos nos regalaron una buena parte —dijo distraída como si él supiera de qué diablos hablaba—. Ah, sólo ver todos esos cubiertos con frutas talladas me produjo escalofríos. mery cree que debería haber escogido algo repujado, pero siempre he sido una chica Francis I. Incluso cuando era pequeña...

peter no era nada tolerante con la cháchara de las mujeres. En ese momento deseaba tener a mano un radiocasete y otra cinta de Tom Petty. Dado que no tenía esa suerte, se desconectó mentalmente de la conversación. Muy a menudo lo acusaban de ser un malvado insensible, una reputación que consideraba ventajosa. De esa manera, no tenía que preocuparse de que las mujeres consideraran su relación como algo permanente.

—Ya que estás en eso, ¿puedes abrirme la cremallera? De cualquier manera —continuó—, casi lloré de alegría cuando puse los ojos en los tenedores de escabeche y las cucharas de fruta y...

peter la miró con el ceño fruncido a través del espejo, pero ella no le prestaba atención; lali tenía la vista clavada en el lazo blanco del corpiño. peter trató de alcanzar la cremallera y, cuando tiró, descubrió la razón por la que Mariana tenía dificultad para respirar. Entre la cremallera abierta del vestido de novia vio los enganches plateados que cerraban una prenda de ropa interior que peter de inmediato reconoció como un corsé. Todo era de raso rosa: la lazada, el revestimiento de los aros y el corsé que le apretaba la suave piel.

Ella levantó una mano hacia el lazo del corpiño, sujetándolo firmemente contra sus grandes senos para impedir que el vestido se le cayera.

—Al ver mi cubertería de plata favorita se me fue la cabeza y creo que dejé que Vico me convenciera de que sólo eran dudas prematrimoniales. En realidad quería creerle...

Cuando peter terminó con la cremallera anunció:

—Ya está.

—Oh —ella lo contempló a través del espejo luego, rápidamente, bajó la mirada. Sus mejillas se pusieron al rojo vivo al preguntar—, ¿puedes desabrochar mi ah... ah, la prenda de abajo?

—¿El corsé?

—Sí, por favor.

—No soy una maldita doncella —protestó él, y levantó las manos otra vez para tirar de los enganches y los ojales. Mientras lidiaba con los diminutos corchetes, rozó con los nudillos las marcas rosadas que le arruinaban la piel. Ella se estremeció y un largo suspiro se le escapó desde lo más profundo de la garganta.

peter miró hacia el espejo y detuvo las manos. La única vez que veía tal éxtasis en la cara de una mujer era cuando estaba profundamente enterrado en su cuerpo. Una rápida punzada de lujuria lo golpeó en el vientre. La reacción de su cuerpo ante la satisfacción que se reflejaba en los ojos y en los labios de Mariana lo irritó.

—Oh, sí. —Ella respiró profundamente—. No puedes imaginarte lo bien que sienta esto. No había pensado llevar puesto este vestido más que una hora y han sido tres.

Su miembro podía responder a una mujer hermosa —de hecho, le preocuparía que no fuera así—, pero no pensaba hacer nada al respecto.

—Vico es un viejo —dijo sin molestarse en disimular la irritación de su voz—. ¿Cómo demonios esperabas que te sacara de aquí?

—Eso ha sido cruel —susurró.

—No esperes amabilidad de mi parte, Mariana —le advirtió, tirando con brusquedad del resto de los enganches—. O te llevarás una decepción.

Ella lo miró y se dejó caer el pelo por los hombros.

—Creo que podrías ser simpático si quisieras.

—Claro —dijo, moviendo las yemas de sus dedos para rozarle las marcas que tenía en la espalda, pero antes de que pudiera aliviar su piel con la caricia dejó caer la mano—. Si quisiera —dijo, y se fue de la habitación cerrando la puerta tras él.

Cuando llegó al salón, sintió inmediatamente la mirada especulativa de Ernie. peter tomó la cerveza de la mesa, se sentó en el sofá que había delante del viejo orejero de su abuelo y esperó a que Ernie comenzara a lanzar sus preguntas. No tuvo que esperar demasiado.

—¿Dónde la recogiste?

—Es una larga historia —contestó, luego explicó la situación sin dejarse nada en el tintero.

—Dios mío, ¿has perdido el juicio? —Ernie se inclinó hacia delante sobre el borde del asiento y le dijo—: ¿Qué crees que va a hacer Vico? Por lo que me has dicho, ese hombre no es exactamente un dechado de misericordia y prácticamente le has robado a la novia.

—No se la robé. —peterpuso los pies sobre la mesita de café y se hundió más en los cojines—. Ella ya lo había dejado.

—Sí. —Ernie cruzó los brazos sobre el delgado pecho y miró ceñudo a peter—. En el altar. Un hombre no es propenso a perdonar y olvidar una cosa como ésa.

Peter apoyó los codos sobre los muslos y se llevó la botella a los labios.

—No se enterará —dijo antes de dar un largo trago.

—Espero que no. Hemos trabajado muy duro para llegar tan lejos —le recordó a su nieto.

—Lo sé —dijo, aunque no necesitaba que se lo recordara. Le debía todo lo que era a su abuelo. Después de que su padre muriera, su madre y él se habían trasladado a vivir a la casa de al lado de Ernie. Cada invierno Ernie había llenado su patio trasero de agua para que John tuviera un sitio donde patinar. Había sido Ernie quien había practicado con peter sobre ese hielo helado hasta que ambos acababan congelados hasta los huesos y quien le había enseñado a jugar al hockey, llevándolo a los partidos y quedándose para animarle. Fue su abuelo quien los mantuvo unidos cuando las cosas iban realmente mal.

—¿Vas a «hacerlo» con ella?

peter miró la cara arrugada de su abuelo.

—¿Qué?

—¿No es así como lo dicen los jóvenes ahora?

—Jesús, Ernie —dijo John, aunque en realidad no estaba escandalizado—. No, no voy a «hacerlo» con ella.

—Sin duda alguna, eso espero. —Cruzó su calloso y agrietado pie sobre el otro—. Pero si Vico se entera de que está aquí, pensará que lo has hecho de todas maneras.

—No es mi tipo.

—Claro que lo es —discutió Ernie—. Me recuerda a esa artista de striptease con la que saliste hace poco, Cocoa LaDude.

peter echó un vistazo al pasillo, agradeciendo que Mariana aún no hubiera aparecido.

—Su nombre era Cocoa LaDuke, y no salí con ella. —Volvió la mirada hacia su abuelo y frunció el ceño. Si bien Ernie nunca se lo había dicho, peter tenía el presentimiento de que su abuelo no aprobaba su estilo de vida—. No esperaba encontrarte aquí —dijo, cambiando de tema a propósito.

—¿Dónde querías que estuviera?

—En casa.

—Mañana es día seis.

peter volvió la mirada a la enorme ventana que daba al océano. Observó cómo se hinchaban las olas para después replegarse sobre sí mismas.

—No necesito que me des la mano.

—Lo sé, pero pensé que te gustaría tomar una cerveza con un amigo.

peter cerró los ojos.

—No quiero hablar de Linda.

—No tenemos que hacerlo. Tu madre está preocupada por ti. Deberías llamarla más a menudo.

peter rascó ligeramente con el pulgar la etiqueta de la botella de cerveza.

—Bien, lo haré —convino, aunque supo que no lo haría. Su madre solía portarse como una bruja con él sobre el tema del alcohol; lo machacaría con que llevaba una vida autodestructiva. Sabía que tenía razón, pero no necesitaba que se lo recordaran—. Cuando pasé por el pueblo, vi a Nico Riera saliendo de tu bar favorito —dijo, cambiando otra vez de tema.

—Estuve antes con él. —Ernie se levantó lentamente de la silla. Sus torpes movimientos le recordaron a peter que su abuelo tenía setenta y un años—. Vamos a salir a pescar por la mañana. Deberías madrugar y venir con nosotros. —Varios años antes, peter habría sido el primero en subirse en el bote, pero ahora normalmente se despertaba con un agudo dolor de cabeza. Levantarse antes del amanecer para congelarse el culo no le atraía en absoluto.

—Lo pensaré —contestó, sabiendo que no lo haría.

DISFRAZADOS


Laura estaba en la cama lamiéndole la nuca... ¡Demonios!, pensó Lali, debía de haberse olvidado otra vez de encerrar a la iguana en su terrario. Se movió un poco para apartarse del reptil e intentó volver a dormirse. ¡Mierda! Ahora era Clara la que subía por su muslo haciéndole cosquillas; pateó hasta que la tortuga se alejó de su pierna y volvió intentar dormirse. ¡Leches! Mira que estaban pesaditas hoy sus niñas, ahora estaban empujándole el trasero con... ¿Con un pene erecto? ¡Sus tortugas no tenían de eso!

Abrió los ojos recordando de golpe dónde estaba, en la enorme y no-tan-inútil-como-pensaba cama de peter en el ático.

—Buenos días, princesa —susurró peter en su oído.

—Mmh, buenos días —respondió educadamente Lali medio dormida a la vez que se estiraba.

—Shh, no te muevas. —peter la agarró de la cadera apretando su erección de nuevo contra el trasero.

—Pensaba que eran mis niñas intentando despertarme —comentó bostezando.

Estaba tumbada de lado sobre la comodísima y utilísima cama de dos metros cuadrados, el pecho de peterpegado a su espalda, su cabeza sobre uno de los antebrazos masculinos y la tremenda erección alojada entre sus nalgas. Mmh... Además estaban gloriosa y oportunamente desnudos.

— ¿Pensabas que era uno de tus animales? —peter sonreía a la vez que pulsaba contra ella con su pene.

—Sí —respondió Lali arqueando más la espalda.

—Bueno, algo de animal sí tengo... —La mano que le sujetaba la cadera subió hasta los pechos y comenzó a acariciarlos perezosamente.

—Ya. Claro. ¡De semental! —Lali se reía abiertamente, que ella recordara era la primera vez en la vida que se reía con alguien en la cama después de pasar una noche de sexo estupendo, delirante y divertido. Mmh... también era la primera vez de esto último.

—Más bien de perrito faldero —contestó peter riendo a la vez que jugueteaba con los pezones endurecidos de ella.

— ¿De perrito faldero?

—Sí. ¿No lo notas? —dijo moviendo su polla arriba y abajo por el trasero—, te acercas y se levanta —se apretó más contra ella—, le haces unas cuantas caricias y babea —Lali notó el glande húmedo entre sus nalgas—, y si juegas con ella —apartó la mano de los pechos de Lali y la bajó para agarrarse la polla—, se mete donde sea para conseguir que seas feliz —guió el pene hasta la entrada a la vagina y la penetró—. ¿Ves? Siempre dispuesta a seguirte a cualquier lugar. En definitiva... un perrito faldero.

—Mmh, totalmente de acuerdo —gimió Lali. ¡Guau! Vaya manera de despertarse.

— ¿Sabes qué? —Encajó el muslo entre las piernas de lali, abriéndolas y penetrándola más profundamente.

— ¿Qué? —dijo ella girando la pierna hacia atrás y envolviéndole la cintura con ella, quedando totalmente abierta para él.

—Es la primera vez que nos despertamos juntos —recorrió el interior del muslo hasta posar la palma de la mano sobre los labios vaginales.

—Cierto, y es bastante... entretenido. —Se acarició los pezones con sus propias manos.

—Mmh... —peter le mordisqueó el cuello atento al juego de Lali con sus pezones.

peter empujaba rítmicamente contra Lali a la vez que la acariciaba el clítoris en círculos lentos y perezosos, la conversación quedó rápidamente olvidada entre jadeos y gemidos, entre manos que rozaban y caderas que empujaban indolentes. Los cuerpos de ambos se calentaron, sus nalgas y muslos se endurecieron, los temblores les recorrieron el abdomen y los pezones se sonrojaron y endurecieron. Lali puso su mano sobre la de peter y apretó con fuerza, instándolo a que le friccionara con más ímpetu el clítoris a la vez que la polla endurecida engrosaba su tamaño hasta llenarla completamente. Lali sintió el orgasmo imparable estallar en su vientre haciendo que su vagina palpitara y se estremeciera comprimiendo el pene hasta que peter no pudo soportarlo más y salió rugiendo de ella para correrse sobre las sábanas suaves y acogedoras que sólo se podían comprar fácilmente por Internet.

—En fin —dijo Lali al cabo de un segundo —me parece que nos toca bajar por enésima vez las dichosas escaleras para asearnos...

—Captado —contestó él volviendo a enterrarse en ella—, levantaré un tabique en la terraza y construiré un aseo.

— ¡Qué! ¡Estás loco! —exclamó girándose bruscamente para arrodillarse sobre la cama y arrebatarle la almohada de debajo de la cabeza—, ¿Prefieres hacer obra en casa antes que bajar la cama a cualquiera de los tres dormitorios de abajo? ¡Ya te vale! —rió golpeándole con la almohada.

— ¡Ay! La cama la puedo bajar, pero nos faltarían los espejos, la mesa y el diván —contestó abrazándola.

— ¡Hombres! ¡Sois la bomba! —repuso ella rodeándole el cuello con los brazos y enredándole los dedos en el cabello.

—Reconócelo, te encanta cómo he amueblado el ático. —La giró hasta dejarla tendida en la cama y la sujetó las muñecas por encima de la cabeza.

—Sí, me encanta. Pero es poco práctico —se rió Lali.

—Pues por eso voy a construir el baño, para que sea más práctico —contestó haciéndola cosquillas.

—Eh... ¡Para! —gritó intentando enroscarse sobre sí misma.

— ¿Te rindes?

— ¡Jamás! —Se retorció buscando liberarse pero las manos de él llegaban hasta las costillas, la planta de los pies, las axilas. Por Dios, ¿cuántas manos tenía este hombre?

—Ríndete.

—Vaaaaaaaleeeeeeee —contestó entre carcajadas—, construye tu baño... y rápido, que hace falta YA.

—A sus órdenes, mi capitán.

peter la soltó y se escurrió por la cama hasta quedar tumbado a lo ancho de la misma, con la cabeza acomodada en la tripa de Lali.

— ¿Te he dicho alguna vez que adoro estar así?

—Creo que lo comentaste ayer —respondió acariciándole el torso.

—Se me ha vuelto a olvidar... —comentó.

—Sí —contestó ella sabiendo perfectamente a qué se refería—, parece que estamos predestinados a olvidarnos una y otra vez de los preservativos.

—Lo siento.

—Mentiroso —le apretó los pezones. Aún le asombraba ver cómo se endurecían entre sus dedos—, no lo sientes y yo tampoco. Los dos somos responsables y a los dos se nos va la pinza cuando estamos metidos en el "ajo" arqueó un par de veces las cejas, a buen entendedor...—. De todas maneras, tampoco pasa nada. Según los análisis ambos estamos totalmente sanos. Así que el riesgo más peligroso queda descartado. No obstante, he pedido cita ron el ginecólogo el lunes para que me recete la píldora, así no habrá más descuidos. —Acabó encogiéndose de hombros.

—Ajá. ¿Y si te has quedado embarazada? —No es que buscara un bebé, pero tampoco le disgustaría si venía alguno en camino, se dio cuenta peter al sopesar la posibilidad.

—Bueno, si llega ese momento ya pensaré qué hago. — ¿Un bebé? ¿Ahora? ¡Ni de cofia! No era el momento más oportuno, pero por otro lado... un mocoso cariñoso y divertido con los ojos verdes de peter

—Ya lo pensaremos, querrás decir. —Giró la cabeza mirándola fijamente a los ojos.

— ¿Te apuntas a la responsabilidad? —exclamó sorprendida.

—Por supuesto —asintió peter muy serio.

— ¡Vaya! —Qué... inesperado. Estaba claro que peter no se parecía en nada a cierto personaje de su pasado que siempre le hacía asumir sola las culpas y los problemas, aunque no fuesen causados por ella—. De todas maneras, no pienso preocuparme por ahora, como dice el viejo proverbio chino... si tiene solución para qué te preocupas, y si no la tiene para qué preocuparse...

—Yo creía que era árabe...

—Bueno, qué más da de dónde fuera. Anda, vamos, dormilón, que tenemos que salir pitando.

— ¿Qué prisa tienes?

—Son las once de la mañana, mis niñas llevan solas toda la noche... me echarán de menos.

— ¿No será el contrario? —contestó peter remiso a separarse de la blanda tripita en que reposaba.

—Vamos, perezoso. ¿Qué más da quién eche de menos a quién? La cuestión es que tenemos que ducharnos e irnos a mi... — ¿Tenemos? ¿Irnos? ¿¡Qué demonios estaba diciendo!? El no tenía por qué acompañarla a casa ni nada por el estilo, no eran pareja... sólo estaban dando tiempo al tiempo, nada más—, pues eso, que me tengo que duchar e irme a casa a probarme ropa y tal —rectificó quitándoselo de encima y saliendo de la cama para dirigirse a la escalera.

—Espera. —peter saltó de la cama como alma que lleva el diablo y la agarró por la muñeca—: ¿Qué ha pasado con el nosotros? —preguntó abrazándola por la espalda, intuyendo un distanciamiento que no le hacía ninguna gracia—. ¿No te apetece más una ducha en común, un buen desayuno de... lo que quiera que haya en la nevera, y luego un paseo hasta tu casa?

—Suena bien —contestó con la sonrisa iluminando su cara de nuevo.

—Pues pongámonos en marcha.

Se ducharon [entre otras cosas], desayunaron en el Lancelot (la nevera estaba vacía) y regresaron a casa de Lali. Mientras ésta se probaba mil y un vestidos peter jugaba con las tortugas y la iguana a la vez que cantaba alabanzas al pase de modelos del que era valeroso espectador. Lali acabó decidiéndose por un ajustadísimo y cortísimo vestido negro con un escote de vértigo adornado por el precioso collar de cristales Swarovski; los zapatos de charol de tacón kilométrico y el pelo suelto y liso completaban su belleza. Comieron en el turco, peter era incapaz de comer en un chino sin recordar a las tortugas comiendo los puñeteros gusanos con los palillos, pasaron por sus casas a vestirse y recogieron a Mar y a su abuela.

peter se sorprendió ante la mirada cauta y sabia que le dedicó la niña. La saludó con un "hola, colega" y ella le devolvió un muy correcto "buenas tardes". Iba a ser más complicado ganársela de lo que había pensado. Una vez en el coche, el Carnival de peter, iniciaron el viaje hacia la exposición. peter bromeó con las mujeres mientras conducía, y Lali, gracias a Dios, inventó varias de esas bromas retorcidas tan típicas de ella para fastidiar a Dani fomentando el buen humor y las risas de Mar. Irene sonreía complacida mientras veía a su nieta inventar travesuras a diestro y siniestro junto a la pareja. El trayecto se les pasó en un suspiro. Cuando se quisieron dar cuenta eran las cinco menos cuarto de la tarde y estaban aparcando frente a la galería que exponía los cuadros de los "niños" de Rochi.

Allí estaban todos, euge y nico agarrados de la mano charlando con Rochi, Dani mostrando el montaje a Luis, los dueños de la galería alabando el buen hacer de los que habían montado el tinglado... Todo iba sobre la seda, aunque curiosamente Dani parecía evitar en todo lo posible quedarse al lado de peter y mucho menos permanecer a solas con él. A todos extrañó su conducta menos a Lali que lo observaba ladina, y a Mar, que reía burlona cada vez que lo miraba a la cara... lo que dio pistas a Dani sobre la travesura que se estaba gestando a sus espaldas. Lali y peter se iban a enterar, y si no, tiempo al tiempo.

Cuando se abrieron las puertas a las seis de la tarde estaban alegres y relajados, el ambiente era distendido y todo el mundo tenía una única cosa en la cabeza; vender todos los cuadros posibles y sacar el mayor beneficio para los ancianos con ello.

El público comenzó a fluir por la sala deteniéndose aquí y allá para preguntar el precio de un cuadro o comentar el delicado trabajo hecho por los inexpertos pintores. Poco a poco se fueron poniendo en los cuadros las etiquetas de "vendido". Los amigos caminaban por la estancia charlando con los posibles clientes y convenciendo a aquellos que estuvieran dudosos.

Eran alrededor de las nueve de la noche y en menos de media hora la galería cerraría sus puertas, cuando un frenético y excitado Dani se dirigió hacia el grupo de amigos.

—Rpchi, no te lo vas a creer, alguien está interesado en comprar tres de los cuadros que quedan por venderse. Vamos, tienes que venir y ayudarme a convencerlo. Me ha preguntado por el cerebro de todo esto, esa eres tú, y me está preguntando por la labor social de la ONG, y, joder, yo no sé cómo explicarle cómo va la cosa, ni lo que hacéis, ni cómo vais a montar el viaje, ya sabes que cuando se trata de hablar en serio no se me da nada bien. Vamos, no vaya a ser que se vaya, date prisa, ven, a qué esperas... ¡Tres de golpe! ¡Dios! Va a ser todo un éxito. Vamos, no te retrases.

—Voy, voy.

Rochi acompañó risueña al nervioso Dani, seguida muy de cerca por los demás... a todos les comía la curiosidad por ver quién era el que iba a comprar tantos cuadros de una sola tacada. Se detuvieron ante una espalda impecablemente cubierta con un traje a medida sobre el que resaltaba una coleta de pelo rubio y liso larga hasta la cintura. Dani se acercó a esa espalda tirando de la muñeca de Rochi...

—Rochi, quiero presentarte al señor Sierra.

La espalda se giro al oír su nombre, pertenecía a un tipo altísimo, un hombre joven de alrededor de treinta años con una cara que los mismísimos Ángeles habrían envidiado, unos ojos azules que parecían penetrar en los pensamientos de los demás y un cuerpo que superaba con creces en belleza al David de Miguel Ángel. Miró a Rochi de arriba abajo y sonrió...

—Rochi avestruz... encantado de verte de nuevo —saludó alzando una ceja, burlándose de ella.

—agus cara de asco... qué placer más repugnante —respondió Ruth sin pensárselo dos veces.

— ¡Vaya!... eres tú... ¿agus? —intervino Lali alucinando.

—Sí, y tú eres... —entornó los ojos, recordando— Lali la loca, ¿verdad?

—Mira qué gracioso. Si su asquerosidad me disculpa, me temo que el aire se ha tornado irrespirable, así que con gran placer me retiro de su presencia. Vámonos, Rochi, que aquí apesta —dijo Lali empujando sin querer a un peter flipado que no atinaba a decir palabra, haciéndole chocar contra eugei que estaba justo detrás, distraída como de costumbre, rebuscando en su bolso un chicle que suponía haber guardado antes de salir de casa.

—Ey, cuidado, Lali. —En ese momento cayó en la cuenta de que había alguien nuevo con ellos—. Hola, soy euge —se presentó totalmente en la inopia.

— ¿euge la repipi? Increíble, veo que seguís siendo las tres mosconas inseparables —comentó agus irónico—, sólo falta nicoel Dandi...

— ¿Algún problema? —preguntó nico en ese tono de voz bajo y amenazador que usaba cuando estaba algo más que ligeramente irritado. Hacía años que los dos ex-amigos no se veían y Jnico había cambiado muchísimo desde la EGB. Ahora medía casi dos metros de altura, y metro y medio de espaldas, y sobre todo tenía una memoria prodigiosa.

—Me lo tenía que haber imaginado... está el grupito al completo —respondió agus sin amilanarse ante nico, él también había cambiado, también era grande, y también tenía buena memoria, aunque en estos momentos toda su animadversión se centraba en Rochi. No entendía el porqué de la mirada amenazante de nico, al fin y al cabo llevaba sin verlo muchos años.

—El aire cada vez es más irrespirable, me largo —dijo Lali.

Se dio la vuelta y se fue dando grandes zancadas hacia la otra punta de la exposición a la vez que abrazaba a Rochi por los hombros. euge no se lo pensó dos veces y con una mueca de asco se giró y salió tras ambas, poniéndose al lado de Rochi, quedando ésta en medio de sus dos mejores amigas. peter y Dani se miraron y luego dirigieron la mirada a nico, que seguía mirando fijamente al tipo nuevo con una cara que no dejaba nada a la imaginación. Quería golpearle, machacarle las costillas y luego escupirle en la cara. nico podía olvidar muchas cosas, pero ver a Rochi llorando en una cama del hospital era una de esas imágenes que jamás podría borrar de su cerebro.

—Vamos,nico, que se nos escapan las chicas... —dijo haciendo señas hacia las amigas, que en esos momentos estaban al otro lado de la galería.

nico no dijo ni pío, se giró y se marchó. Dani y peterse miraron encogiéndose de hombros. ¿Qué coño había pasado?

La exposición terminó al poco tiempo, el público despejó lentamente la sala hasta que solo se quedaron el grupo de amigos y los dueños. Estaba siendo un éxito, si seguían a ese paso el domingo se venderían los cuadros que aún quedaban. Rochi y Dani prometieron regresar al día siguiente para reordenarlo todo.





Cuando por fin dejaron a Irene y Mar en su casa eran casi las dos de la madrugada y la niña bostezaba sonoramente mientras entraba en el portal. Lali sonrió satisfecha, al día siguiente era el cuarto domingo de mes y vería a su ahijada a solas. Estaba deseando hablar con ella, de la expo, de peter, de todo en general.

—Bueno, pues ya está. Estarás contenta, se han cumplido con creces las expectativas —comentó peter conduciendo el coche.

—Sí, ha sido magnifico. ¡Dios! ¿Te lo puedes creer? —gritó dando palmas entusiasmada—. ¡Ha sido increíble! Joder.

—Sí que lo ha sido. Y por cierto... ¿qué mosca os ha picado con ese tal agus?

— ¿agus cara de asco? Bah, es un gilipollas que conocimos en el colegio —dijo quitándole importancia.

— ¿Y desde entonces os profesáis tal odio?... Porque caray, pensé que Javi iba a liarse a puñetazos con él.

—Lástima que no lo hiciese.

— ¡Lali! No conocía esta faceta tuya tan... agresiva.

—Bueno... son temas pasados —contestó para luego zafarse con otro tema—. ¿Vamos a mi casa?

— ¿No prefieres pasar la noche en mi mega-cama?

—Mmh... tengo que alimentar a mis niñas y mañana salgo temprano para desayunar con Mar.

—Ains, cierto, es cuarto domingo de mes... pues entonces no se hable más, a tu casa directos, aprovecharemos hasta el último segundo.

sábado, 26 de mayo de 2012

Ocultando verdades

Chicas aca les dejo el primer cap bien larguito!!

y os agradezco por seguir firmando y leyendo no tengo palabras para agradecerles :)


Capítulo 1


1989

La noche anterior a la boda de Vico de Alessandro, una tormenta de verano asoló la bahía de Puget Sound, en Seattle, estado de Washington. Pero a la mañana siguiente ya habían desaparecido las nubes grises, dejando paso a la espectacular vista de Elliot Bay y la silueta de la ciudad de Seattle. Algunos de los invitados de Vico levantaron la mirada hacia el cielo despejado, y se preguntaron si Vico controlaría a la madre naturaleza de la misma forma que controlaba su imperio naviero. Se preguntaron si podría controlar a su joven prometida o si sería para él otro más de sus juguetes, como el equipo de hockey.

Mientras los invitados esperaban a que diera comienzo la ceremonia, bebían de las copas aflautadas de champán y especulaban sobre si el matrimonio duraría hasta diciembre. La mayoría opinaba que no duraría tanto.

Peter Lanzani ignoró los murmullos que había a su alrededor. Tenía preocupaciones más importantes. Se llevó la copa de cristal a los labios y dio cuenta del escocés de cien años como si fuera agua. Sentía un zumbido en la cabeza. Le palpitaban los ojos y le dolían los dientes.

Probablemente había estado en el infierno la noche anterior, aunque no lograba recordarlo.

Desde su posición en la terraza, bajó la mirada hacia el brillante césped verde recién cortado, los macizos de flores inmaculados y las fuentes burbujeantes. Los invitados vestidos de Armani o Donna Karan caminaban sin rumbo entre las sillas blancas adornadas con flores y cintas con algún tipo de capullos rosas.

La mirada de peter se movió hacia un grupo de compañeros de equipo que, incómodos con los trajes azul marino y los mocasines, parecían fuera de lugar. Daba la impresión de que no tenían más ganas que él de alternar con la alta sociedad de Seattle.

A su izquierda, una mujer delgada con un elegante vestido color lavanda y zapatos a juego se sentó detrás de un arpa, se apoyó el instrumento en el hombro y comenzó a tocar; los sonidos apenas disimulaban los ruidos provenientes de la bahía de Puget Sound. Lo miró y le dedicó una sonrisa invitadora que él reconoció de inmediato. No le sorprendió el interés de la mujer y, a propósito, dejó vagar la mirada por su cuerpo. A los veintiocho años, John había estado con mujeres de todas las formas y tamaños, de todas las clases sociales y diferentes grados de inteligencia. No era reacio a nadar en todas las aguas, pero no le gustaban demasiado las mujeres huesudas. Aunque la mayoría de sus compañeros de equipo ligaban con modelos, a peter le gustaban más las curvas suaves. Cuando tocaba a una mujer, le gustaba palpar carne no hueso.

La sonrisa de la arpista se hizo más coqueta y John apartó la mirada. No era sólo que la mujer fuera flaca, sino que además odiaba la música de arpa casi tanto como las bodas. Había sufrido el matrimonio dos veces en sus propias carnes y en ninguno de los dos casos había sido una experiencia agradable. De hecho, la última vez que lo había intentado había sido en Las Vegas hacía seis meses, cuando se había despertado en una suite de luna de miel rodeado de terciopelo rojo y casado con una artista de striptease llamada DeeDee Delight. El matrimonio no había durado más que la noche de boda. Y la puta realidad era que no podía recordar si DeeDee había sido encantadora.

—Gracias por venir, hijo. —El dueño de los Seattle Chinooks se acercó a peter desde atrás y le palmeó el hombro.

—Creía que no tenía otra elección —respondió, bajando la mirada a la cara arrugada de Vico de Alessandro.

Vico se rió y continuó caminando por el ancho camino de adoquines. Con su esmoquin gris plata era el vivo retrato de la opulencia. Bajo el sol del mediodía Vicol parecía exactamente lo que era: un miembro del «Fortune 500» que podía permitirse el lujo de poseer un equipo profesional de hockey y comprarse una esposa mucho más joven que él.

—¿Te presentó ayer por la noche a la mujer con la que va a casarse?

peter miró por encima del hombro al más novato de sus compañeros de equipo, agus sierra. Los cronistas deportivos habían comparado a agus con James Dean por su aspecto y por el temerario comportamiento que exhibía sobre el hielo. Era eso último lo que más valoraba peter.

—No —contestó mientras sacaba las Ray-Ban del bolsillo de la camisa—. Me fui temprano.

—Pues es bastante joven. Unos veintidós años.

—Es lo que había oído. —Se apartó para dejar paso a un grupo de señoras mayores camino de las escaleras. Siendo como era un mujeriego empedernido, no podía dárselas de moralista arrogante, pero le resultaba patético y enfermizo que un hombre de la edad de Vico se casara con una mujer a la que le llevaba más de cuarenta años.

agus le hincó a peter el codo en el costado.

—Y tiene unos pechos que podrían hacer que un hombre mendigara por el suero de su leche.

peterse puso las gafas de sol y sonrió a las señoras que volvieron la mirada hacia agus. No había sido demasiado discreto al describir a la prometida de Vico.

—Te criaste en una granja, ¿no?

—Sí, a cincuenta millas de Madison —dijo el joven con orgullo.

—Ya, pues yo no diría esas cosas sobre el suero de la leche si fuera tú. Las mujeres tienden a tomarse bastante mal que las compares con vacas lecheras.

—Sí. —agus se rió y negó con la cabeza—. ¿Qué crees que ve esa chica en un hombre lo suficientemente viejo como para ser su abuelo? Quiero decir que no es fea, ni gorda, ni nada parecido. De hecho, está muy buena.

Con veinticuatro años, agusno sólo era menor que peter, sino que era, obviamente, más ingenuo. Iba camino de ser el mejor portero de la NHL, la Liga Nacional de Hockey, pero tenía la mala costumbre de parar el disco con la cabeza. En vista de la última pregunta estaba claro que necesitaba un casco más grueso.

—Echa un vistazo alrededor —contestó John—. La última noticia que tuve fue que la fortuna de Vicol rondaba los seiscientos millones.

—Sí, pero el dinero no puede comprarlo todo —refunfuñó el portero mientras empezaba a bajar las escaleras. Se detuvo para preguntarle por encima del hombro—: ¿Vienes?

—No —respondió peter. Se metió un cubito de hielo en la boca, luego dejó el vaso sobre una maceta, mostrando el mismo desinterés por el caro cristal de Baccará que había mostrado por el whisky. Había hecho acto de presencia en la fiesta de la noche anterior; había dado la cara ese mismo día. Por su parte ya había cumplido, no tenía pensado quedarse durante mucho más tiempo—. Tengo una resaca impresionante —dijo mientras descendía las escaleras.

—¿Adónde vas?

—A la casa que tengo en Copalis.

—Al señor alessandro no va a gustarle.

—Qué pena —fue el comentario despreocupado de peter cuando rodeó la mansión de ladrillo de tres pisos dirigiéndose hacia el Corvette del 66 que estaba aparcado enfrente. El descapotable había sido el regalo que se había hecho a sí mismo un año antes, al fichar por los Chinooks firmando un contrato millonario con el equipo de hockey de Seattle. peter amaba su Corvette clásico. Adoraba aquella gran máquina y todo su poderío. Ya se imaginaba quemando rueda sobre la autopista.

Cuando se despojó de la chaqueta azul, un destello rosado en lo alto del camino adoquinado reclamó su atención. Lanzó la chaqueta al asiento de atrás del brillante coche rojo y se detuvo para observar a la mujer que, con un corto vestido rosa, se escabullía entre las macizas puertas dobles. Golpeó el neceser beige contra la dura madera y una corriente de aire le alborotó docenas de tirabuzones oscuros sobre los hombros desnudos. Parecía envuelta en raso desde las axilas hasta la mitad de los muslos. El largo lazo blanco que adornaba el corpiño del traje hacía poco por ocultarle el pecho. Tenía las piernas largas y bronceadas, y calzaba unas sandalias de tacón alto sin correas.

—Oiga, señor, espere un momento —lo llamó jadeante con un acento claramente sureño. Los tacones de sus ridículos zapatos hacían un ligero «clic-clic» mientras bajaba a saltitos la escalera. El vestido era tan ceñido que tenía que descender de lado y, con cada paso apresurado, le presionaba los pechos que sobresalían por la parte superior.

peter pensó en decirle que se detuviera antes de lastimarse. Pero lo único que hizo fue cambiar el peso de un pie a otro, cruzar los brazos y esperar hasta que se paró al otro lado del coche.

—Creo que no debería correr con eso —aconsejó.

Bajo dos cejas perfectamente arqueadas, unos ojos verde pálido se clavaron en los de él.

—¿Es usted uno de los jugadores de hockey de Vico? —preguntó, quitándose las sandalias y agachándose para recogerlas. Algunos de los brillantes rizos oscuros se le deslizaron sobre los hombros bronceados y le rozaron la parte superior de los pechos y el lazo blanco.

—peter lanzani —se presentó. Con esos labios exuberantes que invitaban a besarlos y ojos brillantes, le recordaba al mito sexual favorito de su abuelo: Rita Hayworth.

—Necesito salir de aquí. ¿Puedes llevarme?

—Claro. ¿A dónde te diriges?

—A cualquier sitio lejos de aquí —contestó ella, lanzando el neceser y los zapatos al suelo del coche.

Una sonrisa se insinuó en los labios de peter mientras se deslizaba en el Corvette. No había planeado tener compañía, pero tener a Miss Enero en el coche no era tan malo. Cuando ella se acomodó en el asiento del pasajero, arrancó el motor y se puso en marcha. Se preguntó quién era y por qué tenía tanta prisa.

—Oh, Dios —gimió ella mientras miraba cómo se alejaban de la casa de Vico—. Dejé a mery allí sola. Fue a recoger su ramo de lilas y rosas, ¡y salí corriendo!

—¿Quién es mary?

—Mi amiga.

—¿Estabas invitada a la boda? —preguntó. Cuando ella asintió con la cabeza, peter imaginó que sería una dama de honor o algo por estilo. Aceleró al llegar a los abetos y cuando atravesaron un camino de granjas con rododendros rosados, la estudió por el rabillo del ojo. Un bronceado saludable le teñía la piel suave y, al mirarla bien, se dio cuenta de que era más bonita de lo que había pensado en un principio, y bastante más joven.

Ella miró hacia delante otra vez, el viento le alborotó el pelo que le revoloteó sobre la cara y los hombros.

—Oh, Dios mío. Esta vez he metido bien la pata —gimió, alargando las vocales.

—Si quieres te llevo de vuelta —ofreció él, preguntándose qué habría sucedido para que esa mujer dejara plantada a su amiga.

Ella negó con la cabeza, y las perlas que colgaban de sus pendientes le rozaron suavemente la mandíbula.

—No, es demasiado tarde. Ya lo hice. Quiero decir, hace un rato que lo hice... o sea, esto... es algo que ya está hecho.

peter centró la atención en la carretera. En realidad, que la mujer derramara lágrimas no le molestaba demasiado, pero odiaba la histeria y tenía el mal presentimiento de que esa mujer estaba a punto de ponerse histérica en su presencia.

—Eh... ¿cómo te llamas? —preguntó, esperando evitar una escena.

Ella inhaló profundamente, tratando de soltar el aire lentamente mientras se apretaba el estómago con una mano.

—mariana, pero todo el mundo me llama lali.

—Bien, ¿lali qué?

Ella se colocó la palma de la mano en la frente. Llevaba la manicura francesa.

—esposito.

—¿Y dónde vives, lali esposito?

—En McKinney.

—¿Justo al sur de Tacoma?

—Acabaré por lamentarlo —gimió, respirando agitadamente—. No puedo creer lo que he hecho. No quiero creerlo.

—¿Te estás mareando?

—Creo que no —sacudió la cabeza y tomó aire—. Pero no puedo respirar.

—¿Estás hiperventilando?

—No... Sí... ¡No lo sé! —Lo miró con ojos asustadizos y húmedos. Comenzó a arañar con los dedos la tela de raso que le cubría las costillas y el dobladillo del vestido se le subió un poco más por los muslos suaves—. No me lo puedo creer. No me lo puedo creer —gimió entre grandes hipidos entrecortados.

—Pon la cabeza entre las rodillas —le ordenó, mirando brevemente a la carretera.

Ella se inclinó un poco hacia adelante, luego se dejó caer hacia atrás en el asiento.

—No puedo.

—¿Por qué demonios no puedes?

—¡Tengo el corsé demasiado apretado... ¡Dios mío! —Su arrastrado acento sureño se hizo más acusado—. La he liado bien esta vez. No me lo puedo creer... —continuó con la letanía ya familiar.

peter empezaba a pensar que ayudar a marians no había sido tan buena idea después de todo. Pisó hasta el fondo el acelerador, impulsando el Corvette a través del puente que cruzaba por encima de la bahía de Puget Sound y rápidamente dejaron atrás Bainbridge Island. Las sombras verdes se deslizaron cada vez más rápido mientras el Corvette recorría la autopista 305.

—mery no me lo perdonará nunca.

—No me preocuparía por tu amiga —dijo, un tanto decepcionado de que su acompañante fuera tan blandengue como un cruasán—. Vicol le comprará algo bonito y se olvidará de todo lo demás.

Ella frunció el ceño.

—Creo que no —dijo.

—Seguro que lo hará —infirió peter—. Probablemente la llevará a uno de esos sitios tan caros...

—Pero a mery no le gusta Vico. Piensa que es un viejo verde.

A peter se le erizaron los pelos del cogote y tuvo un presentimiento muy, pero que muy malo.

—¿Pero mery no es la novia?

Ella clavó los ojos grandes y verdes en él y sacudió la cabeza.

—La novia soy yo.

—No tiene gracia, mariana.

—Lo sé —gimió—. ¡No puedo creer que plantara a Vico en el altar!

El nudo en la garganta de peter se le subió a la cabeza, recordándole la resaca. Pisó el freno y desvió el Corvette a la derecha, deteniéndolo a un lado de la carretera. mariana cayó contra la puerta donde se sujetó con ambas manos.

—¡Jesús! —peter aparcó de forma brusca el coche en el arcén y se quitó las gafas de sol—. ¡Dime que estás bromeando! —exigió, lanzando las Ray-Ban al salpicadero. No quería ni imaginar qué pasaría si realmente estaba atrapado con la novia fugitiva de Vico. Pero entonces supo que ni siquiera tenía que imaginárselo, sabía lo que pasaría. Lo traspasarían a otro equipo en menos que canta un gallo. Y a él le gustaban los Chinook. Le gustaba vivir en Seattle. Lo último que quería era que lo traspasaran.

mariana se enderezó y negó con la cabeza.

—Pero no vas vestida de novia. —Se sentía estafado y la apuntó con un dedo acusador—. ¿Qué clase de novia no lleva puesto un maldito vestido de novia?

—Éste es un vestido de novia —cogió el dobladillo y, con modestia, trató de tirar de él hacia abajo. Pero el vestido no había sido creado para ser modesto. Cuanto más tiraba hacia las rodillas, más se deslizada sobre sus senos—. Sólo que no es un vestido de novia tradicional —explicó mientras agarraba el lazo blanco y tiraba del corpiño hacia arriba otra vez—. Después de todo, Vico ha estado casado cinco veces y pensó que un traje blanco sería de mal gusto.

Aspirando profundamente, peter cerró los ojos y se pasó una mano por la cara. Tenía que deshacerse de ella, y rápido.

—Vives al sur de Tacoma, ¿no?

—No. Soy de McKinney, McKinney, Texas. Hasta hace tres días no conocía Oklahoma City.

—Esto se pone cada vez mejor —se rió sin humor y empezó a considerarla como un paquete bomba a punto de estallarle en la cara—. Tu familia está aquí para la boda, ¿no?

De nuevo ella negó con la cabeza.

peter frunció el ceño.

—Naturalmente.

—Creo que sí que estoy mareada.

peter saltó del coche y corrió al otro lado. Si iba a vomitar, prefería que no lo hiciera en su Corvette nuevo. Abrió la puerta y la agarró por la cintura, y si bien peter medía uno noventa, pesaba noventa y cinco kilos y placaba fácilmente a cualquier jugador contra la barrera, transportar a mariana esposito desde el coche no fue tarea fácil. Era más pesada de lo que parecía y, al sentirla bajo las manos, le dio la impresión de que la habían metido a presión en una lata de sopa.

—¿Vas a vomitar? —le preguntó por encima de la cabeza.

—Creo que no —contestó, y lo contempló con ojos suplicantes. Había estado con las suficientes mujeres para saber cuándo tenía la rabia en casa. Reconoció la casta «ámame-aliméntame-encárgate de mí». Ronroneaban y se rozaban como gatas en celo y, aparte de hacer aullar a un hombre, no eran buenas para nada más. La ayudaría a llegar a donde quisiera ir, pero lo último que deseaba era cuidar y alimentar a la mujer que había dejado plantado a Vico de Alessandro.

—¿Dónde puedo dejarte?

mariana se sentía como si hubiera tragado docenas de mariposas y tuviese dificultad para respirar. Se había embutido en un vestido dos tallas menor y apenas conseguía que le llegara aire a los pulmones. Levantó la vista y vio unos ojos azul oscuro enmarcados por largas y gruesas pestañas y supo que prefería cortarse las venas antes que vomitar delante de un hombre tan escandalosamente guapo. Las espesas pestañas y la boca llena deberían haberlo hecho parecer algo femenino, pero no era así. Aquel hombre era demasiado viril para ser confundido con otra cosa que no fuera un varón cien por cien heterosexual. mariana, que medía uno setenta y cinco y pesaba casi sesenta y cinco kilos —los días buenos que no retenía líquido— se sentía pequeña a su lado.

—¿Dónde te dejo, lali? —preguntó otra vez. Un mechón del espeso pelo castaño le caía sobre la frente, desviando la atención de la delgada cicatriz blanca que le atravesaba la ceja izquierda.

—No sé —susurró. Durante meses había vivido con un horrible peso en el pecho. Un peso que había estado segura que un hombre como Vicopodría hacer desaparecer. Con Vico nunca habría tenido que capear acreedores o arrendadores enfadados otra vez. Tenía veintidós años y había tratado de ocuparse de sí misma, pero, como siempre, había fallado miserablemente. Siempre había sido un fracaso. Había fracasado en la escuela y en cada trabajo que había tenido, y había estado convencida que podría amar a Vico de Alessandro. Hasta ese día. Mientras miraba su reflejo en el espejo y examinaba el vestido de novia que él había escogido para ella, el dolor en el pecho amenazaba con ahogarla y supo que no podía casarse con Viico. Ni siquiera todo ese maravilloso dinero podía conseguir que ella se acostara con un hombre que le recordaba a H. Ross Perot.

—¿Dónde vive tu familia?

Pensó en su abuela.

—Tengo unos tíos abuelos que viven en Duncanville, pero Lolly no puede viajar por el lumbago y el tío Clyde tuvo que quedarse en casa para encargarse de ella.

peter hizo un gesto de fastidio con la boca.

—¿Dónde viven tus padres?

—Me crió mi abuela, pero murió hace varios años —contestó mariana, esperando que no indagase acerca del padre que nunca había conocido o la madre a la que sólo había visto una vez en el entierro de su abuela.

—¿Amigos?

—Mi única amiga está en casa de Vico. —Sólo con pensar en mary comenzaba a palpitarle el corazón. Su amiga se había encargado de que todas las damas de honor vistieran con el mismo tono color lavanda. Los vestidos a juego parecían ahora algo tonto y trivial.

Él frunció los labios.

—Naturalmente. —Le retiró las grandes manos de la cintura y se pasó los dedos por el pelo—. Me da la impresión de que no tienes un plan demasiado firme.

No, no tenía un plan, ni firme ni de ninguna otra manera. Había cogido el neceser de maquillaje y había salido de casa de Vicosin pensar a dónde iría o cómo llegar.

—Bueno, demonios. —Él dejó caer las manos y miró a la carretera—. Podrías pensar en algo.

mariana tuvo el horrible presentimiento de que si no ideaba algo en los siguientes dos minutos, peter volvería al coche y la dejaría plantada allí mismo. Y lo necesitaba, al menos durante unos días, hasta que resolviese qué iba a hacer, así que recurrió a lo que siempre le había funcionado. Le colocó una mano en el brazo y se recostó un poco sobre él, lo justo para hacerle pensar que estaba abierta a cualquier sugerencia que se le ocurriera.

—Tal vez podrías ayudarme tú —dijo con su voz más húmeda y suave, luego lo completó con una sonrisa tipo «tú-eres-un-machote-y-yo-una-dama-indefensa». mariana podía ser un fracaso en todo lo demás, pero era una coqueta consumada y una autentica bomba de relojería cuando se trataba de manipular a los hombres. Bajando las pestañas modestamente, lo miró con sus bellos ojos. Curvó los labios en una sonrisa seductora que prometía algo que no tenía intención de cumplir. Le deslizó las palmas de las manos por los duros brazos en un gesto que parecía una caricia, pero que en realidad era una maniobra táctica para defenderse de las manos rápidas. mariana odiaba que los hombres le sobaran los senos.

—Eres tentadora —dijo él, colocándole un dedo bajo la barbilla para obligarla a mirarlo—, pero no vales un precio tan alto.

—¿Un precio tan alto? —Una brisa fresca le agitó los rizos, rozándole la cara—. ¿Qué quieres decir?

—Eh... —comenzó, luego recorrió con la mirada los senos que presionaban contra su torso—, quiero decir que tú quieres algo de mí y estás dispuesta a usar tu cuerpo para obtenerlo. Me gusta el sexo tanto como a cualquier hombre, pero, cariño, no vales mi carrera.

marianae lo empujó y se apartó el pelo de los ojos. Había tenido varias relaciones íntimas en su vida y, según ella, el sexo estaba muy sobrevalorado. Los hombres parecían gozar de él, pero para ella sólo era algo demasiado embarazoso. Lo único bueno que podía decir de ello era que no duraba más de tres minutos. Levantó la barbilla y lo miró como si la hubiera lastimado e insultado.

—Estás equivocado. No soy esa clase de chica.

—Ya veo. —La volvió a mirar como si supiera exactamente qué tipo de chica era—. Eres sólo una coqueta.

«Coqueta» era una palabra fea. Ella se consideraba más bien una actriz.

—¿Por qué no cortas el rollo y me dices lo que quieres?

—De acuerdo —dijo ella, cambiando de táctica—. Necesito un poco de ayuda, y necesito un lugar donde quedarme unos días.

—Escucha —suspiró él, cambiando el peso de un pie a otro—. No soy el tipo de hombre que andas buscando. No puedo ayudarte.

—Entonces, ¿por qué me dijiste que lo harías?

Él entrecerró los ojos, pero no contestó.

—Sólo unos días —imploró, desesperada. Necesitaba tiempo para pensar qué hacer en ese momento en el que su vida se estaba yendo al garete—. No seré un problema.

—Lo dudo mucho —se mofó.

—Tengo que llamar a mi tía.

—¿Dónde está tu tía?

—Allá por McKinney —contestó con sinceridad, aunque en realidad no deseaba contactar con Lolly. Su tía había estado más que satisfecha con la elección de marido que había hecho mariana. Además, aunque Lolly nunca había sido tan descarada como para pedírselo directamente, mariana sospechaba que su tía esperaba conseguir con aquel matrimonio una serie de regalos caros como una televisión de pantalla gigante y una cama articulada.

La dura mirada de peter la inmovilizó durante un largo momento.

—Joder, entra —dijo, y rodeó el coche—. Pero tan pronto como te pongas en contacto con tu tía te llevo al aeropuerto o a la estación de autobuses o a donde demonios quiera que vayas.

A pesar de que no era ni mucho menos una oferta entusiasta, mairana no desaprovechó la oportunidad. Se subió al coche y cerró de un portazo.

peter encendió el motor, dio un volantazo al Corvette y el coche volvió a la carretera. El sonido de las ruedas sobre el asfalto llenó el incómodo silencio entre ellos, al menos fue incómodo para mairana . A peter no parecía molestarlo en absoluto.

Durante años había asistido a la «Escuela de Ballet, Claque y Modales de la señorita Virdie Marshall». Aunque nunca había sido la alumna más brillante, había destacado más que las demás por su habilidad para cautivar a cualquiera, donde fuera y en cualquier momento. Pero ahora tenía un pequeño problema. A peter parecía no gustarle, lo que la dejaba perpleja porque ella siempre gustaba a los hombres. Si bien no había podido dejar de notar que él no era un caballero. Blasfemaba con una frecuencia que rayaba lo obsceno y ni siquiera se disculpaba después. Los hombres sureños que conocía maldecían, por supuesto, pero normalmente pedían perdón luego.peter no parecía el tipo de hombre que pidiera perdón por nada.

Lo observó de perfil e intentó ubicar al «encantador» peter lanzani.

—¿Eres de Seattle? —preguntó, decidida a que babeara por ella cuando alcanzasen su destino. Le simplificaría muchísimo las cosas porque, aunque parecía no haberse dado cuenta, le acababa de ofrecer un lugar donde quedarse algún tiempo.

—No.

—¿De dónde eres?

—De Saskatoon.

—¿De dónde?

—De Canadá.

El pelo le golpeó la cara, y ella se lo recogió con la mano y lo sujetó a un lado del cuello.

—Nunca he estado en Canadá.

Él no hizo comentarios.

—¿Cuánto tiempo llevas jugando al hockey? —preguntó, esperando tener una ligera y agradable conversación aunque fuera con sacacorchos.

—Toda mi vida.

—¿Cuánto tiempo llevas jugando en los Chinooks?

Él cogió las gafas de sol del salpicadero y se las puso.

—Un año.

—He visto jugar a los Stars —dijo, refiriéndose al equipo de hockey de Dallas.

—Un grupo de asnos maricas —masculló él, al tiempo que se desabrochaba el puño derecho de la camisa blanca para arremangársela hasta el codo.

No era una conversación exactamente agradable, decidió ella.

—¿Fuiste a la universidad?

—No en serio.

mariana no tenía ni idea de lo que quería decir con eso.

—Yo fui a la Universidad de Texas —mintió en un esfuerzo para impresionarle y gustarle.

Él bostezó.

—Estaba en la Hermandad Kappa —siguió mintiendo.

—¿Sí? ¿De veras?

Sin arredrarse ante su «nada-entusiasta-respuesta», ella continuó:

—¿Estás casado?

Clavó los ojos en ella a través de las gafas de sol, dejando claro de que había tratado a la ligera un asunto espinoso.

—¿Qué eres, una reportera del National Enquirer?

—No. Es que tengo curiosidad. Como pasaremos algún tiempo juntos, pensé que sería bueno tener una charla amistosa para llegar a conocernos.

peter devolvió su atención a la carretera y comenzó a arremangarse la otra manga.

—Yo no charlo.

mariana tiró del dobladillo del vestido.

—¿Puedo preguntar adónde vamos?

—Tengo una casa en la playa de Copalis. Puedes ponerte en contacto con tu tía desde allí.

—¿Está cerca de Seattle? —Se inclinó hacia un lado y continuó dándole tirones al dobladillo del vestido.

—No. En caso de que no te hayas dado cuenta, vamos hacia el oeste.

El pánico la invadió mientras se alejaban un poco más de cualquier sitio remotamente familiar.

—¡Caramba!, ¿cómo iba a saberlo?

—Pues porque tenemos el sol detrás.

mariana no se había fijado y, aunque lo hubiera hecho, no se le habría ocurrido averiguar la dirección mirando al sol. Siempre confundía eso de «norte-sur-este-oeste».

—¿Supongo que tienes teléfono en la casa de la playa?

—Por supuesto.

Tendría que poner una conferencia a Dallas. Tenía que llamar a Lolly y a los padres de mery y contarles lo que había sucedido para que pudieran ponerse en contacto con su hija. También tenía que llamar a Seattle y enterarse de cómo podía enviar el anillo de compromiso a Vico. Clavó la mirada en la alianza con un diamante de cinco quilates de su mano izquierda y estuvo a punto de echarse a llorar. Le encantaba ese anillo, aunque sabía que no podía conservarlo. Puede que fuera una coqueta incorregible, pero tenía escrúpulos. Devolvería el diamante, pero no en ese momento. Tenía que calmarse antes de sufrir una crisis nerviosa.

—Nunca he estado en el océano Pacífico —dijo, sintiendo que el pánico disminuía un poco.

Él no hizo comentario alguno.

marina siempre se había considerado la cita a ciegas perfecta porque podía hablar hasta del color del agua, especialmente cuando estaba nerviosa.

—Pero he ido al Golfo muchas veces —comenzó—. Cuando tenía doce años, mi abuela nos llevó a mery y a mí en su gran Lincoln. No sabes qué pasada. Ese coche debía pesar diez toneladas, pero era como si volara. mery y yo nos acabábamos de comprar unos bikinis realmente preciosos. El de ella parecía una bandera americana mientras que el mío estaba hecho de seda como los pañuelos. Nunca lo olvidaré. Fuimos hasta Dallas sólo para comprar ese bikini en J.C. Penney. Lo había visto en un catálogo y me moría por tenerlo. De cualquier manera, mery es una Miller por su lado materno y las mujeres Miller son conocidas a lo largo y ancho de Collin County por las caderas anchas y los tobillos de elefante, no son atractivas, pero son un encanto de familia. Una vez...

—¿A qué viene todo esto? —interrumpiópeter.

—Ahora lo verás —dijo, tratando de seguir siendo agradable.

—¿Pronto?

—Sólo quería saber si el agua de la costa de Washington está helada.

peter sonrió y después la miró. Por primera vez, ella notó el hoyuelo de su mejilla derecha.

—Se te congelará por completo ese trasero sureño —dijo antes de bajar la mirada al salpicadero y coger un casete. Lo metió en el reproductor y el sonido de una armónica puso fin a cualquier intento de conversación.

mariana fijó la atención en el paisaje montañoso salpicado de abetos y alisos de tonos rojos, azules, amarillos, y, por supuesto, verdes. Hasta ese momento había conseguido evitar sus pensamientos que ahora la abrumaban, la asustaban y la paralizaban. Pero sin otra distracción se precipitaron sobre ella como una ola de calor en Texas. Pensó en su vida y lo que había hecho ese mismo día. Había dejado plantado a un hombre en el altar y, si bien el matrimonio habría sido un desastre, él no se lo merecía.

Todas sus pertenencias estaban en cuatro maletas en el Rolls Royce de vico, todo excepto el neceser que descansaba sobre el suelo del coche de John. Había llenado la pequeña maleta con cosas esenciales para la noche de bodas con vico

Todo lo que tenía allí era una cartera con siete dólares y tres tarjetas de crédito sin fondos, una cantidad ingente de cosméticos, un cepillo de dientes y otro para el pelo, un peine, un bote de laca Aqua Net, seis pares de braguitas con sujetadores a juego, las píldoras anticonceptivas y una sonrisa.

Se había superado, incluso siendo mariana esposito.