miércoles, 15 de febrero de 2012

CONQUiSTAR A LA DONCELLA cap 25

CAPITULO 25
Considéralo una prueba para ver si había en ti siquiera un rastro de ese sentimiento. Además, en este momento tengo otras cosas que cuidar.
El destello de picardía en sus ojos llevó instintivamente la mirada de Lali hacia el regazo de él, donde unos pantalones indecentemente ajustados cubrían como un guante las partes masculinas de las que estaba tan orgulloso. La joven se esforzó por no ruborizarse.
Obviamente, su equipaje había llegado con el sirviente. Su atuendo, una amplia camisa blanca y unos pantalones color gris oscuro, había estado almidonado hasta que ella lo había derribado al suelo. Ahora la camisa estaba desgarrada a lo largo de uno de los costados, lo cual ofrecía una tentadora vista de un torso muy bien formado que distraía completamente la atención.
El cuadro que ofrecía se volvió aún más irresistible cuando el gatito negro que él había salvado se abrió camino por encima de su hombro para luego hacer ¡plaf! sobre su pecho semejando una mancha de tinta. Lalisabía que tenía que escapar antes de sucumbir al deseo de imitar al animalito.
Giró sobre sus talones, dirigiéndose hacia donde quisieran llevarla sus pies.
—¿Dónde vas? —gritó Peter. Ella ni respondió ni se detuvo. Apenas se las arregló para una retirada digna cuando lo que verdaderamente quería era escapar corriendo.
Lo oyó ponerse de pie e ir tras ella. Resistió el impulso de echar una ojeada hacia atrás, aunque realmente se sentía como una cierva atrapada en el punto de mira de un cazador. Necesitaba buscar refugio.
En el instante en que emergía de las sombras protectoras del bosque, aquel maldito hombre la alcanzó. De repente, ella se acordó de los gatitos y se detuvo.
Como si le leyera el pensamiento, él dijo:
—Todos están dormidos bajo la atenta vigilancia de esa gata zaparrastrosa.
Lali se relajó, pero hizo una nota mental para regresar y recogerlos. Quería llevarlos a la casa, donde estuvieran seguros.
—Y dime, ¿siempre has vivido aquí? —preguntó él después de un breve silencio.
Lo miró. La brisa jugaba con sus cabellos acariciándolos con dedos invisibles. Pese a todos sus esfuerzos, no lograba disipar la imagen del minino hecho un ovillo tan confiadamente sobre su pecho. Casi había envidiado al felino.
—Sí —respondió, sin faltar del todo a la verdad. Se sentía como si hubiese vivido siempre en Cornualles. Apenas recordaba su vida antes de venir aquí; sólo vagas imágenes de una interminable serie de nanas e incontables casas de campo demasiado hermosas para estropearlas con las travesuras de un par de chavales revoltosos.
—¿No te sientes sola, tan lejos de la civilización? —inquirió él, arrancando una florecilla silvestre y poniéndosela a ella detrás de la oreja.
—Todo lo que conozco está aquí —le respondió, quitándose la flor para ponerla detrás de la oreja de él.
Con una sonrisa pícara, él la cogió de la cintura, inmovilizándole los brazos a los costados del cuerpo mientras lentamente le deslizaba por el pecho la flor silvestre, jugueteando con ella dentro de su escote. Ella se retorció de deseo y enojo. Entonces la liberó y de un salto se puso fuera del alcance de la inminente bofetada, dejando que ella decidiera si hurgar en busca de la flor (¡gustoso le hubiera echado una mano!) o dejarla allí por el momento.
Cuando ella reanudó la marcha, él volvió a la carga.
—Dime, ¿alguna vez has querido vivir en algún otro lugar? ¿O tal vez ir a Londres para ambientarte a la ciudad?
No, nunca había deseado eso. Maxi había hecho algunos viajes a Londres para comprar materiales y conseguir mano de obra adicional para ocuparse de los campos de su padre. Después de Calder Westcott, los Courtenay eran los hacendados más ricos del distrito.
—Un amigo me contó que Londres es ruidosa y está llena de gente, que los vendedores ambulantes vocean sus mercancías en casi todas las esquinas y que son tantos los que viven allí que prácticamente todos los espacios están ocupados. —Lali lanzó una rápida mirada a Peter antes de añadir—: Incluso dijo que en algunos lugares, mujeres ligeras de ropas se ofrecen a los hombres por dinero. ¿Es verdad?
Él se encogió de hombros.
—Londres tiene zonas que son una sentina. Pero otras son completamente distintas. Hay una clara distinción de clases.
—¿Y a cuál de las clases pertenece usted?
Él la miró.
—Creo que tú y yo pertenecemos a la misma.
—¿Y cuál sería?
—La clase obrera.
—Usted no me da la impresión de ser un hombre que trabaja.
Aunque había estado en el ejército, sus ropas y su actitud irradiaban un aire de alta burguesía. Pero ella sabía que parte de su riqueza provenía de las apuestas. Al parecer su tutor era todo un tahúr.
Ella ignoraba todo sobre su origen, dónde había crecido, si tenía familia, o qué había hecho de su vida tras retirarse de la vida militar.
—¿Es en Londres donde ha pasado usted la mayor parte de su vida? —inquirió ella.
—Una buena parte.
—¿Y su familia?
A Peter el corazón pareció darle un vuelco antes de responder.
—También.
—¿Es allí donde ellos están ahora?
—No.
—¿Dónde están?
—Preguntas demasiado.
—¿Y cómo obtiene respuestas uno si no es haciendo preguntas?
Permaneció callado, pero ella no estaba dispuesta a darse por vencida aún.
—¿Se han marchado de Inglaterra?
Un músculo se movió en su mandíbula, mientras su mirada se clavaba en la de ella.

2 comentarios:

  1. uhuhuh justo en la llaga! me encanto el cap! que picaron Peter! aajaja maas noove! Besos!

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    UN BESO

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