38.
—Pienso
que estaba aterrado y que tenía todo el derecho de estarlo. Si era sólo un
muchachito.
—Sabes
mucho para ser una muchacha inocente.
—Uno
no necesita mundo para comprender la naturaleza humana. Lo que hizo su padre
fue reprensible. Si lo tuviera delante, le daría una paliza.
Peter
se frotó la barbilla y contempló a la joven con una reticente media sonrisa
abriéndose paso en sus labios.
—¿Siempre
has tenido esa veta violenta?
Lali
se irguió.
—Si
protegerme y proteger a mi familia es violencia, entonces, sí. No voy a
permitir que se haga daño a lo que amo.
—Semejante
devoción es admirable.
Lali
percibió amargura en la voz de él y también algo más, nostalgia, quizás. ¿Es
que jamás nadie habría sentido devoción hacia él? ¿Nunca él había sentido
devoción hacia otra persona? Volvió a preguntarse quién sería Sanji y por qué
la sola mención del nombre le provocaba semejante angustia.
—Por
favor, continúe con su historia.
—Por
si no lo has notado, le he puesto punto final a esa historia y ahora espero mi
paga. —Rodeó el sofá y se sentó—. Venga aquí, señorita Purdy.
A
Lali el corazón le dio un vuelco. La avergonzaba el desear tanto sentir los
brazos de él rodeándola.
—Solamente
me ha contado algo acerca de un miembro de su familia pero no sé nada de la
vida de usted.
—Te
he hablado de ambas cosas y bien que lo sabes. Vamos, deja de esconderte detrás
de esa silla.
Técnicamente
él había respondido su pregunta, pero ella quería más.
—Haré
lo que me pide usted, si...
—No
acepto más condiciones, cariño. Ven aquí ahora.
Con
un suspiro, Lali aceptó su destino. En realidad no era tan malo. Aún así, de
pie, delante de Peter, su conciencia no cesaba de aguijonearla. Tenía que
contarle la verdad. La prueba era lo que había ocurrido entre ellos la tarde
anterior.
Pero
ella quería robarle este tiempo. Sólo rogaba que cuando ella finalmente
confesara, él fuera capaz de entender lo difícil de su situación y quizás si
llegaban a llevarse bien, él le permitiera hacer lo que era necesario para
salvar la casa de su abuela.
Respiró
profundo y se sentó junto a Peter. Entonces dejó escapar un atónito jadeo
cuando él la levantó para acomodarla luego sobre su regazo.
—Qué
está ha...
—Abrazándote.
No dijiste cómo o dónde debía hacerlo. No eres la única que sabe jugar este
juego.
Lali
clavó la mirada en sus ojos ardientes y sintió que se quedaba sin aliento
cuando él se estiró y empezó a soltarle el pelo.
—Ssh
—murmuró él cuando la oyó empezar a protestar—. Sólo quiero verlo suelto. Lo
enrollas en un moño tan tirante que me sorprende que aún tengas cabello. —Con
dedos hábiles deshizo el moño y dejó que la cabellera se derramase sobre los
hombros de la joven. Cogió un mechón y lo abrió entre los dedos.
—El
contraste es increíble.
—¿Qué
contraste?
—Entre
la muchacha casta que pareces cuando lo llevas recogido y la seductora en que
te transformas cuando lo dejas suelto. Casi me enamoré cuando te vi por primera
vez en las caballerizas.
—Usted
debe estar loco. Ese día iba vestida como el peor golfillo.
—La
ropa de muchacho jamás podría camuflar tu belleza.
—¿Suele
echar piropos a las mujeres?
—Casi
nunca, aunque la mayoría de las mujeres espera que lo haga.
—Y
supongo que usted, por ser hombre, es inmune a los piropos.
—¿Por
qué? —preguntó con un brillo diabólico en los ojos—. ¿Tienes algún piropo que
hacerme?
Sí.
—¿Es
que no toma usted en serio cosa alguna?
—Trato
de no hacerlo. La vida es en verdad lo suficientemente dura sin necesidad de
complicar más las cosas.
—¿Y
hacerse cargo de su pupila es una de esas complicaciones? —Apenas las palabras
salieron de su boca, Lali maldijo a su lengua.
—Sí
que presenta problemas —dijo él, poniéndose serio.
—Entonces,
¿por qué aceptó la responsabilidad?
—Porque
se lo debía al hermano de la dama.
El
modo en que se quedó con la mirada perdida, como si hubiese olvidado que ella
estaba allí, revelaba que estaba recordando esos últimos días con Nico. Se
esforzaba en aparentar indiferencia, pero debajo de su exterior en calma latía
un corazón.
—¿Sufrió
mucho? —se oyó preguntar en voz baja. Sabía que Nico había vivido durante casi
tres días tras recibir un disparo en el estómago y que por momentos habían
pensado que sobreviviría. Pero al final había sucumbido.
La
mano de Peter yacía inmóvil sobre uno de los muslos de la joven y él tenía la
vista clavada en esa mano.
—Él
decía que no sentía nada, pero siempre había sido más fuerte que el resto de
nosotros. En ese momento lo supe. Era un oficial excelente.
Las
lágrimas quemaban los ojos de Lali, quien luchaba por no dejarlas salir.
—Estoy
segura de que le haría feliz saber que usted tenía tan buena opinión de él.
—Esposito
era el que nos impulsaba a seguir. Siempre tenía una palabra amable en la boca.
Siempre sacaba de la manga un mal chiste o una historia extravagante para hacernos
reír.
Una
emoción agridulce fluía a través de las venas de Lali.
—Ése
era Nico —murmuró.
—¿Le
conocías bien? —preguntó Peter.
—Igual
que le conocían los demás.
Alzó
los ojos hacia ella y luego desvió la mirada, concentrándose en el hombro de la
joven.
—¿Y
su hermana estuvo... ella tomó muy mal la noticia de su muerte?
—Estaba
destrozada —respondió Lali con franqueza, sintiendo que resurgían los recuerdos
que ya creía superados de todos esos meses de lucha por aceptar la idea de la
muerte de Nico, amenazando con liberar todo el dolor que ella creía haber
dejado salir durante todo el tiempo que había llorado a su hermano.
—Creo
que eso fue parte de la razón por la que no vine antes —dijo él, alisando
distraídamente la tela del vestido entre sus dedos—. No podía soportar
enfrentarme a ella.
Al
oír esta emotiva confesión, Llai sintió que se le encogía el corazón. Todo este
tiempo había pensado que a él no le importaba, que estaba demasiado ocupado
apostando y divirtiéndose para dedicarle siquiera un pensamiento. Ahora se daba
cuenta de que Peter también se había sentido desolado por la muerte de Nico.
Percibió que él se sentía agobiado por la culpa. ¿Lloraría a todos los hombres que había perdido? ¿Sentiría acaso
que podría haber evitado sus muertes de alguna manera? Quizás de allí emanaba
la tristeza que había en él.
—Estoy
segura de que ella hubiese comprendido, si lo hubiera sabido —susurró Lali,
mientras a sus espaldas se oía el suave crepitar de los leños de la chimenea.
Él
sacudió la cabeza.
—No
pude. Nunca he sido bueno con las
palabras. —Suspiró y se frotó la nuca—. Le escribí.
—Lo
sé.
Cuando
él la miró, la joven pudo ver el dolor en sus ojos.
—¿Te
mostró la carta?
—Sí.
—Lali deseaba echarle los brazos al cuello y consolarle. Le diría la verdad. Él
no era el hombre indiferente que ella alguna vez le había creído; simplemente
no había sabido qué hacer.
—Peter,
tengo que...
—Dilo
otra vez.
—¿Que
diga qué?
—Mi
nombre. Dilo de nuevo.
Sin
entender del todo los sentimientos que se arremolinaban en su interior, Lali
audazmente le apoyó una mano en la mejilla y susurró.
—Peter
Él
la tomo de la barbilla, inmovilizándola mientras le cubría la boca con la suya,
moviendo con insistencia los labios en un beso que la dejó sin aliento, el aire
alrededor de ellos repentinamente cargado de emoción. Él olía a coñac y a calor
carnal.
Lali
se apretó más contra él, aferrada a la pechera de su camisa, los músculos
firmes, duros y flexibles moviéndose mientras él le rodeaba con sus manos la
parte de atrás de la cabeza, abrazándola como si no pensara soltarla jamás.