sábado, 26 de mayo de 2012

Ocultando verdades

Chicas aca les dejo el primer cap bien larguito!!

y os agradezco por seguir firmando y leyendo no tengo palabras para agradecerles :)


Capítulo 1


1989

La noche anterior a la boda de Vico de Alessandro, una tormenta de verano asoló la bahía de Puget Sound, en Seattle, estado de Washington. Pero a la mañana siguiente ya habían desaparecido las nubes grises, dejando paso a la espectacular vista de Elliot Bay y la silueta de la ciudad de Seattle. Algunos de los invitados de Vico levantaron la mirada hacia el cielo despejado, y se preguntaron si Vico controlaría a la madre naturaleza de la misma forma que controlaba su imperio naviero. Se preguntaron si podría controlar a su joven prometida o si sería para él otro más de sus juguetes, como el equipo de hockey.

Mientras los invitados esperaban a que diera comienzo la ceremonia, bebían de las copas aflautadas de champán y especulaban sobre si el matrimonio duraría hasta diciembre. La mayoría opinaba que no duraría tanto.

Peter Lanzani ignoró los murmullos que había a su alrededor. Tenía preocupaciones más importantes. Se llevó la copa de cristal a los labios y dio cuenta del escocés de cien años como si fuera agua. Sentía un zumbido en la cabeza. Le palpitaban los ojos y le dolían los dientes.

Probablemente había estado en el infierno la noche anterior, aunque no lograba recordarlo.

Desde su posición en la terraza, bajó la mirada hacia el brillante césped verde recién cortado, los macizos de flores inmaculados y las fuentes burbujeantes. Los invitados vestidos de Armani o Donna Karan caminaban sin rumbo entre las sillas blancas adornadas con flores y cintas con algún tipo de capullos rosas.

La mirada de peter se movió hacia un grupo de compañeros de equipo que, incómodos con los trajes azul marino y los mocasines, parecían fuera de lugar. Daba la impresión de que no tenían más ganas que él de alternar con la alta sociedad de Seattle.

A su izquierda, una mujer delgada con un elegante vestido color lavanda y zapatos a juego se sentó detrás de un arpa, se apoyó el instrumento en el hombro y comenzó a tocar; los sonidos apenas disimulaban los ruidos provenientes de la bahía de Puget Sound. Lo miró y le dedicó una sonrisa invitadora que él reconoció de inmediato. No le sorprendió el interés de la mujer y, a propósito, dejó vagar la mirada por su cuerpo. A los veintiocho años, John había estado con mujeres de todas las formas y tamaños, de todas las clases sociales y diferentes grados de inteligencia. No era reacio a nadar en todas las aguas, pero no le gustaban demasiado las mujeres huesudas. Aunque la mayoría de sus compañeros de equipo ligaban con modelos, a peter le gustaban más las curvas suaves. Cuando tocaba a una mujer, le gustaba palpar carne no hueso.

La sonrisa de la arpista se hizo más coqueta y John apartó la mirada. No era sólo que la mujer fuera flaca, sino que además odiaba la música de arpa casi tanto como las bodas. Había sufrido el matrimonio dos veces en sus propias carnes y en ninguno de los dos casos había sido una experiencia agradable. De hecho, la última vez que lo había intentado había sido en Las Vegas hacía seis meses, cuando se había despertado en una suite de luna de miel rodeado de terciopelo rojo y casado con una artista de striptease llamada DeeDee Delight. El matrimonio no había durado más que la noche de boda. Y la puta realidad era que no podía recordar si DeeDee había sido encantadora.

—Gracias por venir, hijo. —El dueño de los Seattle Chinooks se acercó a peter desde atrás y le palmeó el hombro.

—Creía que no tenía otra elección —respondió, bajando la mirada a la cara arrugada de Vico de Alessandro.

Vico se rió y continuó caminando por el ancho camino de adoquines. Con su esmoquin gris plata era el vivo retrato de la opulencia. Bajo el sol del mediodía Vicol parecía exactamente lo que era: un miembro del «Fortune 500» que podía permitirse el lujo de poseer un equipo profesional de hockey y comprarse una esposa mucho más joven que él.

—¿Te presentó ayer por la noche a la mujer con la que va a casarse?

peter miró por encima del hombro al más novato de sus compañeros de equipo, agus sierra. Los cronistas deportivos habían comparado a agus con James Dean por su aspecto y por el temerario comportamiento que exhibía sobre el hielo. Era eso último lo que más valoraba peter.

—No —contestó mientras sacaba las Ray-Ban del bolsillo de la camisa—. Me fui temprano.

—Pues es bastante joven. Unos veintidós años.

—Es lo que había oído. —Se apartó para dejar paso a un grupo de señoras mayores camino de las escaleras. Siendo como era un mujeriego empedernido, no podía dárselas de moralista arrogante, pero le resultaba patético y enfermizo que un hombre de la edad de Vico se casara con una mujer a la que le llevaba más de cuarenta años.

agus le hincó a peter el codo en el costado.

—Y tiene unos pechos que podrían hacer que un hombre mendigara por el suero de su leche.

peterse puso las gafas de sol y sonrió a las señoras que volvieron la mirada hacia agus. No había sido demasiado discreto al describir a la prometida de Vico.

—Te criaste en una granja, ¿no?

—Sí, a cincuenta millas de Madison —dijo el joven con orgullo.

—Ya, pues yo no diría esas cosas sobre el suero de la leche si fuera tú. Las mujeres tienden a tomarse bastante mal que las compares con vacas lecheras.

—Sí. —agus se rió y negó con la cabeza—. ¿Qué crees que ve esa chica en un hombre lo suficientemente viejo como para ser su abuelo? Quiero decir que no es fea, ni gorda, ni nada parecido. De hecho, está muy buena.

Con veinticuatro años, agusno sólo era menor que peter, sino que era, obviamente, más ingenuo. Iba camino de ser el mejor portero de la NHL, la Liga Nacional de Hockey, pero tenía la mala costumbre de parar el disco con la cabeza. En vista de la última pregunta estaba claro que necesitaba un casco más grueso.

—Echa un vistazo alrededor —contestó John—. La última noticia que tuve fue que la fortuna de Vicol rondaba los seiscientos millones.

—Sí, pero el dinero no puede comprarlo todo —refunfuñó el portero mientras empezaba a bajar las escaleras. Se detuvo para preguntarle por encima del hombro—: ¿Vienes?

—No —respondió peter. Se metió un cubito de hielo en la boca, luego dejó el vaso sobre una maceta, mostrando el mismo desinterés por el caro cristal de Baccará que había mostrado por el whisky. Había hecho acto de presencia en la fiesta de la noche anterior; había dado la cara ese mismo día. Por su parte ya había cumplido, no tenía pensado quedarse durante mucho más tiempo—. Tengo una resaca impresionante —dijo mientras descendía las escaleras.

—¿Adónde vas?

—A la casa que tengo en Copalis.

—Al señor alessandro no va a gustarle.

—Qué pena —fue el comentario despreocupado de peter cuando rodeó la mansión de ladrillo de tres pisos dirigiéndose hacia el Corvette del 66 que estaba aparcado enfrente. El descapotable había sido el regalo que se había hecho a sí mismo un año antes, al fichar por los Chinooks firmando un contrato millonario con el equipo de hockey de Seattle. peter amaba su Corvette clásico. Adoraba aquella gran máquina y todo su poderío. Ya se imaginaba quemando rueda sobre la autopista.

Cuando se despojó de la chaqueta azul, un destello rosado en lo alto del camino adoquinado reclamó su atención. Lanzó la chaqueta al asiento de atrás del brillante coche rojo y se detuvo para observar a la mujer que, con un corto vestido rosa, se escabullía entre las macizas puertas dobles. Golpeó el neceser beige contra la dura madera y una corriente de aire le alborotó docenas de tirabuzones oscuros sobre los hombros desnudos. Parecía envuelta en raso desde las axilas hasta la mitad de los muslos. El largo lazo blanco que adornaba el corpiño del traje hacía poco por ocultarle el pecho. Tenía las piernas largas y bronceadas, y calzaba unas sandalias de tacón alto sin correas.

—Oiga, señor, espere un momento —lo llamó jadeante con un acento claramente sureño. Los tacones de sus ridículos zapatos hacían un ligero «clic-clic» mientras bajaba a saltitos la escalera. El vestido era tan ceñido que tenía que descender de lado y, con cada paso apresurado, le presionaba los pechos que sobresalían por la parte superior.

peter pensó en decirle que se detuviera antes de lastimarse. Pero lo único que hizo fue cambiar el peso de un pie a otro, cruzar los brazos y esperar hasta que se paró al otro lado del coche.

—Creo que no debería correr con eso —aconsejó.

Bajo dos cejas perfectamente arqueadas, unos ojos verde pálido se clavaron en los de él.

—¿Es usted uno de los jugadores de hockey de Vico? —preguntó, quitándose las sandalias y agachándose para recogerlas. Algunos de los brillantes rizos oscuros se le deslizaron sobre los hombros bronceados y le rozaron la parte superior de los pechos y el lazo blanco.

—peter lanzani —se presentó. Con esos labios exuberantes que invitaban a besarlos y ojos brillantes, le recordaba al mito sexual favorito de su abuelo: Rita Hayworth.

—Necesito salir de aquí. ¿Puedes llevarme?

—Claro. ¿A dónde te diriges?

—A cualquier sitio lejos de aquí —contestó ella, lanzando el neceser y los zapatos al suelo del coche.

Una sonrisa se insinuó en los labios de peter mientras se deslizaba en el Corvette. No había planeado tener compañía, pero tener a Miss Enero en el coche no era tan malo. Cuando ella se acomodó en el asiento del pasajero, arrancó el motor y se puso en marcha. Se preguntó quién era y por qué tenía tanta prisa.

—Oh, Dios —gimió ella mientras miraba cómo se alejaban de la casa de Vico—. Dejé a mery allí sola. Fue a recoger su ramo de lilas y rosas, ¡y salí corriendo!

—¿Quién es mary?

—Mi amiga.

—¿Estabas invitada a la boda? —preguntó. Cuando ella asintió con la cabeza, peter imaginó que sería una dama de honor o algo por estilo. Aceleró al llegar a los abetos y cuando atravesaron un camino de granjas con rododendros rosados, la estudió por el rabillo del ojo. Un bronceado saludable le teñía la piel suave y, al mirarla bien, se dio cuenta de que era más bonita de lo que había pensado en un principio, y bastante más joven.

Ella miró hacia delante otra vez, el viento le alborotó el pelo que le revoloteó sobre la cara y los hombros.

—Oh, Dios mío. Esta vez he metido bien la pata —gimió, alargando las vocales.

—Si quieres te llevo de vuelta —ofreció él, preguntándose qué habría sucedido para que esa mujer dejara plantada a su amiga.

Ella negó con la cabeza, y las perlas que colgaban de sus pendientes le rozaron suavemente la mandíbula.

—No, es demasiado tarde. Ya lo hice. Quiero decir, hace un rato que lo hice... o sea, esto... es algo que ya está hecho.

peter centró la atención en la carretera. En realidad, que la mujer derramara lágrimas no le molestaba demasiado, pero odiaba la histeria y tenía el mal presentimiento de que esa mujer estaba a punto de ponerse histérica en su presencia.

—Eh... ¿cómo te llamas? —preguntó, esperando evitar una escena.

Ella inhaló profundamente, tratando de soltar el aire lentamente mientras se apretaba el estómago con una mano.

—mariana, pero todo el mundo me llama lali.

—Bien, ¿lali qué?

Ella se colocó la palma de la mano en la frente. Llevaba la manicura francesa.

—esposito.

—¿Y dónde vives, lali esposito?

—En McKinney.

—¿Justo al sur de Tacoma?

—Acabaré por lamentarlo —gimió, respirando agitadamente—. No puedo creer lo que he hecho. No quiero creerlo.

—¿Te estás mareando?

—Creo que no —sacudió la cabeza y tomó aire—. Pero no puedo respirar.

—¿Estás hiperventilando?

—No... Sí... ¡No lo sé! —Lo miró con ojos asustadizos y húmedos. Comenzó a arañar con los dedos la tela de raso que le cubría las costillas y el dobladillo del vestido se le subió un poco más por los muslos suaves—. No me lo puedo creer. No me lo puedo creer —gimió entre grandes hipidos entrecortados.

—Pon la cabeza entre las rodillas —le ordenó, mirando brevemente a la carretera.

Ella se inclinó un poco hacia adelante, luego se dejó caer hacia atrás en el asiento.

—No puedo.

—¿Por qué demonios no puedes?

—¡Tengo el corsé demasiado apretado... ¡Dios mío! —Su arrastrado acento sureño se hizo más acusado—. La he liado bien esta vez. No me lo puedo creer... —continuó con la letanía ya familiar.

peter empezaba a pensar que ayudar a marians no había sido tan buena idea después de todo. Pisó hasta el fondo el acelerador, impulsando el Corvette a través del puente que cruzaba por encima de la bahía de Puget Sound y rápidamente dejaron atrás Bainbridge Island. Las sombras verdes se deslizaron cada vez más rápido mientras el Corvette recorría la autopista 305.

—mery no me lo perdonará nunca.

—No me preocuparía por tu amiga —dijo, un tanto decepcionado de que su acompañante fuera tan blandengue como un cruasán—. Vicol le comprará algo bonito y se olvidará de todo lo demás.

Ella frunció el ceño.

—Creo que no —dijo.

—Seguro que lo hará —infirió peter—. Probablemente la llevará a uno de esos sitios tan caros...

—Pero a mery no le gusta Vico. Piensa que es un viejo verde.

A peter se le erizaron los pelos del cogote y tuvo un presentimiento muy, pero que muy malo.

—¿Pero mery no es la novia?

Ella clavó los ojos grandes y verdes en él y sacudió la cabeza.

—La novia soy yo.

—No tiene gracia, mariana.

—Lo sé —gimió—. ¡No puedo creer que plantara a Vico en el altar!

El nudo en la garganta de peter se le subió a la cabeza, recordándole la resaca. Pisó el freno y desvió el Corvette a la derecha, deteniéndolo a un lado de la carretera. mariana cayó contra la puerta donde se sujetó con ambas manos.

—¡Jesús! —peter aparcó de forma brusca el coche en el arcén y se quitó las gafas de sol—. ¡Dime que estás bromeando! —exigió, lanzando las Ray-Ban al salpicadero. No quería ni imaginar qué pasaría si realmente estaba atrapado con la novia fugitiva de Vico. Pero entonces supo que ni siquiera tenía que imaginárselo, sabía lo que pasaría. Lo traspasarían a otro equipo en menos que canta un gallo. Y a él le gustaban los Chinook. Le gustaba vivir en Seattle. Lo último que quería era que lo traspasaran.

mariana se enderezó y negó con la cabeza.

—Pero no vas vestida de novia. —Se sentía estafado y la apuntó con un dedo acusador—. ¿Qué clase de novia no lleva puesto un maldito vestido de novia?

—Éste es un vestido de novia —cogió el dobladillo y, con modestia, trató de tirar de él hacia abajo. Pero el vestido no había sido creado para ser modesto. Cuanto más tiraba hacia las rodillas, más se deslizada sobre sus senos—. Sólo que no es un vestido de novia tradicional —explicó mientras agarraba el lazo blanco y tiraba del corpiño hacia arriba otra vez—. Después de todo, Vico ha estado casado cinco veces y pensó que un traje blanco sería de mal gusto.

Aspirando profundamente, peter cerró los ojos y se pasó una mano por la cara. Tenía que deshacerse de ella, y rápido.

—Vives al sur de Tacoma, ¿no?

—No. Soy de McKinney, McKinney, Texas. Hasta hace tres días no conocía Oklahoma City.

—Esto se pone cada vez mejor —se rió sin humor y empezó a considerarla como un paquete bomba a punto de estallarle en la cara—. Tu familia está aquí para la boda, ¿no?

De nuevo ella negó con la cabeza.

peter frunció el ceño.

—Naturalmente.

—Creo que sí que estoy mareada.

peter saltó del coche y corrió al otro lado. Si iba a vomitar, prefería que no lo hiciera en su Corvette nuevo. Abrió la puerta y la agarró por la cintura, y si bien peter medía uno noventa, pesaba noventa y cinco kilos y placaba fácilmente a cualquier jugador contra la barrera, transportar a mariana esposito desde el coche no fue tarea fácil. Era más pesada de lo que parecía y, al sentirla bajo las manos, le dio la impresión de que la habían metido a presión en una lata de sopa.

—¿Vas a vomitar? —le preguntó por encima de la cabeza.

—Creo que no —contestó, y lo contempló con ojos suplicantes. Había estado con las suficientes mujeres para saber cuándo tenía la rabia en casa. Reconoció la casta «ámame-aliméntame-encárgate de mí». Ronroneaban y se rozaban como gatas en celo y, aparte de hacer aullar a un hombre, no eran buenas para nada más. La ayudaría a llegar a donde quisiera ir, pero lo último que deseaba era cuidar y alimentar a la mujer que había dejado plantado a Vico de Alessandro.

—¿Dónde puedo dejarte?

mariana se sentía como si hubiera tragado docenas de mariposas y tuviese dificultad para respirar. Se había embutido en un vestido dos tallas menor y apenas conseguía que le llegara aire a los pulmones. Levantó la vista y vio unos ojos azul oscuro enmarcados por largas y gruesas pestañas y supo que prefería cortarse las venas antes que vomitar delante de un hombre tan escandalosamente guapo. Las espesas pestañas y la boca llena deberían haberlo hecho parecer algo femenino, pero no era así. Aquel hombre era demasiado viril para ser confundido con otra cosa que no fuera un varón cien por cien heterosexual. mariana, que medía uno setenta y cinco y pesaba casi sesenta y cinco kilos —los días buenos que no retenía líquido— se sentía pequeña a su lado.

—¿Dónde te dejo, lali? —preguntó otra vez. Un mechón del espeso pelo castaño le caía sobre la frente, desviando la atención de la delgada cicatriz blanca que le atravesaba la ceja izquierda.

—No sé —susurró. Durante meses había vivido con un horrible peso en el pecho. Un peso que había estado segura que un hombre como Vicopodría hacer desaparecer. Con Vico nunca habría tenido que capear acreedores o arrendadores enfadados otra vez. Tenía veintidós años y había tratado de ocuparse de sí misma, pero, como siempre, había fallado miserablemente. Siempre había sido un fracaso. Había fracasado en la escuela y en cada trabajo que había tenido, y había estado convencida que podría amar a Vico de Alessandro. Hasta ese día. Mientras miraba su reflejo en el espejo y examinaba el vestido de novia que él había escogido para ella, el dolor en el pecho amenazaba con ahogarla y supo que no podía casarse con Viico. Ni siquiera todo ese maravilloso dinero podía conseguir que ella se acostara con un hombre que le recordaba a H. Ross Perot.

—¿Dónde vive tu familia?

Pensó en su abuela.

—Tengo unos tíos abuelos que viven en Duncanville, pero Lolly no puede viajar por el lumbago y el tío Clyde tuvo que quedarse en casa para encargarse de ella.

peter hizo un gesto de fastidio con la boca.

—¿Dónde viven tus padres?

—Me crió mi abuela, pero murió hace varios años —contestó mariana, esperando que no indagase acerca del padre que nunca había conocido o la madre a la que sólo había visto una vez en el entierro de su abuela.

—¿Amigos?

—Mi única amiga está en casa de Vico. —Sólo con pensar en mary comenzaba a palpitarle el corazón. Su amiga se había encargado de que todas las damas de honor vistieran con el mismo tono color lavanda. Los vestidos a juego parecían ahora algo tonto y trivial.

Él frunció los labios.

—Naturalmente. —Le retiró las grandes manos de la cintura y se pasó los dedos por el pelo—. Me da la impresión de que no tienes un plan demasiado firme.

No, no tenía un plan, ni firme ni de ninguna otra manera. Había cogido el neceser de maquillaje y había salido de casa de Vicosin pensar a dónde iría o cómo llegar.

—Bueno, demonios. —Él dejó caer las manos y miró a la carretera—. Podrías pensar en algo.

mariana tuvo el horrible presentimiento de que si no ideaba algo en los siguientes dos minutos, peter volvería al coche y la dejaría plantada allí mismo. Y lo necesitaba, al menos durante unos días, hasta que resolviese qué iba a hacer, así que recurrió a lo que siempre le había funcionado. Le colocó una mano en el brazo y se recostó un poco sobre él, lo justo para hacerle pensar que estaba abierta a cualquier sugerencia que se le ocurriera.

—Tal vez podrías ayudarme tú —dijo con su voz más húmeda y suave, luego lo completó con una sonrisa tipo «tú-eres-un-machote-y-yo-una-dama-indefensa». mariana podía ser un fracaso en todo lo demás, pero era una coqueta consumada y una autentica bomba de relojería cuando se trataba de manipular a los hombres. Bajando las pestañas modestamente, lo miró con sus bellos ojos. Curvó los labios en una sonrisa seductora que prometía algo que no tenía intención de cumplir. Le deslizó las palmas de las manos por los duros brazos en un gesto que parecía una caricia, pero que en realidad era una maniobra táctica para defenderse de las manos rápidas. mariana odiaba que los hombres le sobaran los senos.

—Eres tentadora —dijo él, colocándole un dedo bajo la barbilla para obligarla a mirarlo—, pero no vales un precio tan alto.

—¿Un precio tan alto? —Una brisa fresca le agitó los rizos, rozándole la cara—. ¿Qué quieres decir?

—Eh... —comenzó, luego recorrió con la mirada los senos que presionaban contra su torso—, quiero decir que tú quieres algo de mí y estás dispuesta a usar tu cuerpo para obtenerlo. Me gusta el sexo tanto como a cualquier hombre, pero, cariño, no vales mi carrera.

marianae lo empujó y se apartó el pelo de los ojos. Había tenido varias relaciones íntimas en su vida y, según ella, el sexo estaba muy sobrevalorado. Los hombres parecían gozar de él, pero para ella sólo era algo demasiado embarazoso. Lo único bueno que podía decir de ello era que no duraba más de tres minutos. Levantó la barbilla y lo miró como si la hubiera lastimado e insultado.

—Estás equivocado. No soy esa clase de chica.

—Ya veo. —La volvió a mirar como si supiera exactamente qué tipo de chica era—. Eres sólo una coqueta.

«Coqueta» era una palabra fea. Ella se consideraba más bien una actriz.

—¿Por qué no cortas el rollo y me dices lo que quieres?

—De acuerdo —dijo ella, cambiando de táctica—. Necesito un poco de ayuda, y necesito un lugar donde quedarme unos días.

—Escucha —suspiró él, cambiando el peso de un pie a otro—. No soy el tipo de hombre que andas buscando. No puedo ayudarte.

—Entonces, ¿por qué me dijiste que lo harías?

Él entrecerró los ojos, pero no contestó.

—Sólo unos días —imploró, desesperada. Necesitaba tiempo para pensar qué hacer en ese momento en el que su vida se estaba yendo al garete—. No seré un problema.

—Lo dudo mucho —se mofó.

—Tengo que llamar a mi tía.

—¿Dónde está tu tía?

—Allá por McKinney —contestó con sinceridad, aunque en realidad no deseaba contactar con Lolly. Su tía había estado más que satisfecha con la elección de marido que había hecho mariana. Además, aunque Lolly nunca había sido tan descarada como para pedírselo directamente, mariana sospechaba que su tía esperaba conseguir con aquel matrimonio una serie de regalos caros como una televisión de pantalla gigante y una cama articulada.

La dura mirada de peter la inmovilizó durante un largo momento.

—Joder, entra —dijo, y rodeó el coche—. Pero tan pronto como te pongas en contacto con tu tía te llevo al aeropuerto o a la estación de autobuses o a donde demonios quiera que vayas.

A pesar de que no era ni mucho menos una oferta entusiasta, mairana no desaprovechó la oportunidad. Se subió al coche y cerró de un portazo.

peter encendió el motor, dio un volantazo al Corvette y el coche volvió a la carretera. El sonido de las ruedas sobre el asfalto llenó el incómodo silencio entre ellos, al menos fue incómodo para mairana . A peter no parecía molestarlo en absoluto.

Durante años había asistido a la «Escuela de Ballet, Claque y Modales de la señorita Virdie Marshall». Aunque nunca había sido la alumna más brillante, había destacado más que las demás por su habilidad para cautivar a cualquiera, donde fuera y en cualquier momento. Pero ahora tenía un pequeño problema. A peter parecía no gustarle, lo que la dejaba perpleja porque ella siempre gustaba a los hombres. Si bien no había podido dejar de notar que él no era un caballero. Blasfemaba con una frecuencia que rayaba lo obsceno y ni siquiera se disculpaba después. Los hombres sureños que conocía maldecían, por supuesto, pero normalmente pedían perdón luego.peter no parecía el tipo de hombre que pidiera perdón por nada.

Lo observó de perfil e intentó ubicar al «encantador» peter lanzani.

—¿Eres de Seattle? —preguntó, decidida a que babeara por ella cuando alcanzasen su destino. Le simplificaría muchísimo las cosas porque, aunque parecía no haberse dado cuenta, le acababa de ofrecer un lugar donde quedarse algún tiempo.

—No.

—¿De dónde eres?

—De Saskatoon.

—¿De dónde?

—De Canadá.

El pelo le golpeó la cara, y ella se lo recogió con la mano y lo sujetó a un lado del cuello.

—Nunca he estado en Canadá.

Él no hizo comentarios.

—¿Cuánto tiempo llevas jugando al hockey? —preguntó, esperando tener una ligera y agradable conversación aunque fuera con sacacorchos.

—Toda mi vida.

—¿Cuánto tiempo llevas jugando en los Chinooks?

Él cogió las gafas de sol del salpicadero y se las puso.

—Un año.

—He visto jugar a los Stars —dijo, refiriéndose al equipo de hockey de Dallas.

—Un grupo de asnos maricas —masculló él, al tiempo que se desabrochaba el puño derecho de la camisa blanca para arremangársela hasta el codo.

No era una conversación exactamente agradable, decidió ella.

—¿Fuiste a la universidad?

—No en serio.

mariana no tenía ni idea de lo que quería decir con eso.

—Yo fui a la Universidad de Texas —mintió en un esfuerzo para impresionarle y gustarle.

Él bostezó.

—Estaba en la Hermandad Kappa —siguió mintiendo.

—¿Sí? ¿De veras?

Sin arredrarse ante su «nada-entusiasta-respuesta», ella continuó:

—¿Estás casado?

Clavó los ojos en ella a través de las gafas de sol, dejando claro de que había tratado a la ligera un asunto espinoso.

—¿Qué eres, una reportera del National Enquirer?

—No. Es que tengo curiosidad. Como pasaremos algún tiempo juntos, pensé que sería bueno tener una charla amistosa para llegar a conocernos.

peter devolvió su atención a la carretera y comenzó a arremangarse la otra manga.

—Yo no charlo.

mariana tiró del dobladillo del vestido.

—¿Puedo preguntar adónde vamos?

—Tengo una casa en la playa de Copalis. Puedes ponerte en contacto con tu tía desde allí.

—¿Está cerca de Seattle? —Se inclinó hacia un lado y continuó dándole tirones al dobladillo del vestido.

—No. En caso de que no te hayas dado cuenta, vamos hacia el oeste.

El pánico la invadió mientras se alejaban un poco más de cualquier sitio remotamente familiar.

—¡Caramba!, ¿cómo iba a saberlo?

—Pues porque tenemos el sol detrás.

mariana no se había fijado y, aunque lo hubiera hecho, no se le habría ocurrido averiguar la dirección mirando al sol. Siempre confundía eso de «norte-sur-este-oeste».

—¿Supongo que tienes teléfono en la casa de la playa?

—Por supuesto.

Tendría que poner una conferencia a Dallas. Tenía que llamar a Lolly y a los padres de mery y contarles lo que había sucedido para que pudieran ponerse en contacto con su hija. También tenía que llamar a Seattle y enterarse de cómo podía enviar el anillo de compromiso a Vico. Clavó la mirada en la alianza con un diamante de cinco quilates de su mano izquierda y estuvo a punto de echarse a llorar. Le encantaba ese anillo, aunque sabía que no podía conservarlo. Puede que fuera una coqueta incorregible, pero tenía escrúpulos. Devolvería el diamante, pero no en ese momento. Tenía que calmarse antes de sufrir una crisis nerviosa.

—Nunca he estado en el océano Pacífico —dijo, sintiendo que el pánico disminuía un poco.

Él no hizo comentario alguno.

marina siempre se había considerado la cita a ciegas perfecta porque podía hablar hasta del color del agua, especialmente cuando estaba nerviosa.

—Pero he ido al Golfo muchas veces —comenzó—. Cuando tenía doce años, mi abuela nos llevó a mery y a mí en su gran Lincoln. No sabes qué pasada. Ese coche debía pesar diez toneladas, pero era como si volara. mery y yo nos acabábamos de comprar unos bikinis realmente preciosos. El de ella parecía una bandera americana mientras que el mío estaba hecho de seda como los pañuelos. Nunca lo olvidaré. Fuimos hasta Dallas sólo para comprar ese bikini en J.C. Penney. Lo había visto en un catálogo y me moría por tenerlo. De cualquier manera, mery es una Miller por su lado materno y las mujeres Miller son conocidas a lo largo y ancho de Collin County por las caderas anchas y los tobillos de elefante, no son atractivas, pero son un encanto de familia. Una vez...

—¿A qué viene todo esto? —interrumpiópeter.

—Ahora lo verás —dijo, tratando de seguir siendo agradable.

—¿Pronto?

—Sólo quería saber si el agua de la costa de Washington está helada.

peter sonrió y después la miró. Por primera vez, ella notó el hoyuelo de su mejilla derecha.

—Se te congelará por completo ese trasero sureño —dijo antes de bajar la mirada al salpicadero y coger un casete. Lo metió en el reproductor y el sonido de una armónica puso fin a cualquier intento de conversación.

mariana fijó la atención en el paisaje montañoso salpicado de abetos y alisos de tonos rojos, azules, amarillos, y, por supuesto, verdes. Hasta ese momento había conseguido evitar sus pensamientos que ahora la abrumaban, la asustaban y la paralizaban. Pero sin otra distracción se precipitaron sobre ella como una ola de calor en Texas. Pensó en su vida y lo que había hecho ese mismo día. Había dejado plantado a un hombre en el altar y, si bien el matrimonio habría sido un desastre, él no se lo merecía.

Todas sus pertenencias estaban en cuatro maletas en el Rolls Royce de vico, todo excepto el neceser que descansaba sobre el suelo del coche de John. Había llenado la pequeña maleta con cosas esenciales para la noche de bodas con vico

Todo lo que tenía allí era una cartera con siete dólares y tres tarjetas de crédito sin fondos, una cantidad ingente de cosméticos, un cepillo de dientes y otro para el pelo, un peine, un bote de laca Aqua Net, seis pares de braguitas con sujetadores a juego, las píldoras anticonceptivas y una sonrisa.

Se había superado, incluso siendo mariana esposito.

20 comentarios:

  1. jajaaj no me imaginaba que era lali la que se iva a casar con vico lo que les espero a estos dos

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  2. massssssssssssssssssssssssssssssssssssss

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  3. muy interesante y atrapante me fasino

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  4. como peter pudo detenerse con esa tremenda tentacion pobre lali no le funsionaron sus tecnicas jajajajaaj mas grosa

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  5. pobre lali que no tiene casi nadie y espero que mary no se enoje con ella

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  6. otro otro otro ya me re enganche no quiero esperar por mas

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  7. me gusto mucho la novela =D

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  8. mas grosa buenisima esta

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  9. no me gusta q sea tannn gueca lali jaja
    masss

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  10. me re gusto hasta pronto

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  11. a bueno lali le deberia desir las cosas y peter no me gusto la actitud que no queria ayudarla porque le teme

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  12. Mu buena la nove, espero que ahora que vivan juntos pasen momentos muy lindos pero ya me imagino las consecuencias para Peter, pobre.
    Ruthy_lu

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  13. AJJAAJJA ME ENCANTO AL PRINCIPIO MUCHO NO LE ENTENDI PERO LO LOGREMI CEREBRO LE ENTENDI UN BESO

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  14. En el neceser le falta un picardias,jajaja.¿Como pasaran la noche?,espero k Peter cambie d opinion,y la ayude.

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  15. subi mas nove

    @Angie232alma

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